Por Ana Macpherson (La
Vanguardia, 06-08-2020)
Ana Macpherson |
Es el desesperado resumen que hacen médicos y médicas de
familia de uno de los centros de primaria del área metropolitana de Barcelona.
Sin nombres. Su caso es el de decenas de ambulatorios desde hace mes y medio,
cuando la nueva normalidad dejó de ser un alegrón social y empezó a convertirse
en el otro problema para el que el sistema sanitario no había sido dotado. Y al
que ya se empezaba a llegar tarde.
Algunos van con la camiseta empapada. Hoy les ha tocado
urgencias Covid -cada caso sospechoso requiere atención, preguntas, PCR, medir
la oxigenación- y eso supone llevar puesto el buzo de plástico, con las gafas,
el doble guante… Con el aire acondicionado suspendido en muchos edificios
porque no hay manera de garantizar la circulación de aire exterior que se exige
ahora.
En los pasillos solo se ven mascarillas, equipos de
limpieza -desinfectan la sala de PCR dos veces al día, paredes y techos
incluidos- y pacientes citados y estrictamente controlados en sus movimientos.
Sin salas de espera.
En la puerta de los CAP (Centro de Atención Primaria)
otros compañeros hacen de guardia pretoriana para dejar claro que no se entra
como antes. Que no existe la atención en persona a demanda. Porque están
intentando frenar este rebrote de la epidemia desde esta frontera tan poco
visible.
Así que de los aplausos se ha pasado a las malas
palabras, espetadas en la puerta porque los ciudadanos creen que pueden usar
este servicio tan suyo, tan a mano y sin complicadas derivaciones burocráticas.
Y resulta que no. “`Pero si está vacío”.
Las primaria es el nuevo muro de contención del sistema,
desde donde se intenta que la infección se detenga antes de que se necesite
hospitalización, duros tratamientos, ventilación, UCI… Pero no se ha reforzado.
Es la de siempre descontado los de vacaciones y los que están ocupándose de las
residencias. No ha sido hasta hace apenas una semana, cuando terminaron de
contratar y formar a los algo más de 500 gestores Covid de apoyo.
Desde el viernes pasado cada CAP tiene uno o dos gestores
Covid, jóvenes de muy diferentes formaciones que han hecho cursos de un par de
días para conseguir de cada sospechoso la máxima información sobre contactos. Y
lograrlo en el momento, sin moverse del CAP. “Sufren, no les habían dado ni las
contraseñas”.
Pero estos fichajes imprescindibles no evitan que cada
día en las agendas de los médicos y las enfermeras del CAP se queden sin
atender -telefónicamente, por supuesto- diez, quince, cuarenta, cada vez un
número mayor de los ciudadanos que llamaron y a los que los administrativos
intentaron dar hora en una agenda en la que se han multiplicado las casillas.
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