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30 de marzo de 2020

El virus nos hace iguales


RAFAEL PERALTA ROMERO
rafaelperaltar@gmail.com
Las enfermedades tocan a todas las personas, pero muestran particulares distinciones. Unas prefieren como su blanco a la infancia mientras otras se inclinan por el adulto de edad promedio.  Otros males esperan que el humano haya cumplido sus roles (familia, empresa, profesión)  y se apreste para  el merecido  esparcimiento.
Los quebrantos de salud también  asumen inclinaciones  en atención de los niveles  de desarrollo económico y social de los países, así   tenemos males de países pobres y males de países ricos. El cólera, por ejemplo, está signada como enfermedad de países pobres, y de persona que vive en el abandono y carencias de elementos vitales.
En un país rico habita gente pobre, pues los desposeídos les son necesarios a los afortunados. En países de escaso desarrollo (económico, social, educativo) vive una clase poderosa, dueña de los bienes de producción e incluso de bienes espirituales como las bellas artes. Allí las enfermedades han de discriminar sus víctimas.
La peste más igualitaria de todos los tiempos, la menos dada a  establecer diferencias,  ha sido el coronavirus, ocasionante de la  enfermedad covid-19, la cual ha provocado cerca de veinte mil muertes en el mundo, diez de ellas en nuestro país. Si los decesos aparentan  ensañamiento con unos países ha sido por las actitudes de pueblos y gobiernos.
El terrible virus vino –o lo enviaron- para sacudir el mundo. Zarandear, mejor. Tres meses atrás, ¿quién podía vaticinar, sin que se les riesen en la cara, la detención del aparato productivo universal,  de la burocracia, de los sistemas  educativos, del  espectáculo? Hasta el intenso Comité Olímpico Internacional tuvo que cambiar su cita de Tokio 2020.
¿Quién podía prever la muerte  o contagio de forma tan simple de ricos, famosos y encumbrados, por una neumonía o “una simple gripecita”, como la tildó el irresponsable presidente de Brasil, Jair Trump o Donald Bolsonaro? La sociedad humana  a nivel mundial afronta una gran encrucijada, ¿qué hacer ante enemigo tan poderoso y por demás invisible?
 Nadie puede saber cuántas  personas se agregarán a la funesta estadística. Ninguna nación  escapará al resentimiento de su economía ni a los traumas síquicos de su población. En estos días ha repercutido en mi memoria la canción “Así  tan sencillamente”, escrita por René del Risco Bermúdez, poeta dominicano,  y que cantaba Sonia Silvestre:
“…desnudo voy en mi viaje, ningún ropaje llevo conmigo, / el infinito es mi amigo, morir nos hace a todos iguales, / perdemos todas las puertas, / perdemos todas las llaves, / ya no valen las apuestas…/ la muerte nos hace iguales…”.

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