Evelyn Acevedo Ruíz
La autora es Licenciada en Comunicación
Social, mención Periodismo, Abogada, presidenta del Colegio Dominicano de
Periodistas Filial La Romana
Todo lo que vive en
el planeta Tierra, ya sea animal o planta, depende del elemento agua; pero sólo
el 1% está a nuestro alcance.
Mientras gran parte
del agua dulce del mundo es inaccesible (dos tercios de toda el agua del mundo
está congelada en los polos), debido a diversos factores, causados o no por la
humanidad, la disponibilidad de este recurso fundamental para nuestra
existencia, se vuelve cada vez más impredecible e incierta, en todo el planeta.
Hoy en día, más de
las mitad de los habitantes vivimos en las ciudades, y para 2030 la
Organización de las Naciones Unidas ha calculado que aproximadamente el 60% de
las población mundial estará asentada en zonas urbanas, lo que genera una serie
de desafíos entre los que se encuentra el tema agua y saneamiento en uno de los
primeros lugares.
Esto implica que,
de cara al futuro, empecemos a ver el agua como un elemento que ha de llevarnos
a generar un cambio cultural en la mirada ambiental, un cambio hacia la cultura
del agua. Pero no cultura del agua como las tareas de cuidarla, no contaminarla
y pagar por el servicio recibido, sino como el conjunto de valores,
conocimientos y buenas prácticas para usar, gestionar y proteger de manera
correcta este recurso, eje principal para la vida digna de las personas.
En República
Dominicana, cada vez somos más los que tenemos acceso al agua de calidad, sin
embargo, es tarea de todos utilizarla de manera responsable y adecuada para
vivir en armonía. En ese sentido, existen ciertas prioridades que los Estados,
incluido el nuestro, deben considerar al hablar de agua potable frente a
situaciones de emergencia como la que vivimos en la actualidad producto de la
amenaza mundial que supone el coronavirus 2, responsable del síndrome
respiratorio agudo grave, coronavirus 2 (SARS-CoV-2) por sus siglas en inglés
el nuevo virus que provoca la enfermedad CoViD-19.
Estas prioridades
deben ser: proporcionar a la población agua potable, en una cantidad suficiente
para beber y para la higiene; asegurar que todas las personas tengan acceso a
instalaciones sanitarias higiénicas; y fomentar conductas de higiene. El
suministro de agua potable, las instalaciones básicas, la eliminación de
desechos contaminantes de manera apropiada, evitarán la propagación de este
virus y de cualquier tipo de enfermedades que puedan ser transmitidas por
cuestiones de carácter sanitario, sin embargo, esto conlleva una triangulación
participativa que involucre al sector público, al sector privado y a la
sociedad.
Y es que, es un
compromiso de todos llevar a cabo las prácticas de higiene adecuadas, para
evitar la transmisión de virus y bacterias, no es solamente asunto del gobierno
y su disponibilidad o no para satisfacer la demanda del preciado líquido, es
fundamental que todos formemos parte en el proceso.
Según la
Organización Mundial de la Salud, más de 2 millones de personas mueren cada año
por enfermedades relacionadas con la higiene básica. Lo que significa que si se
asumiera eficazmente el compromiso de mantener la higiene, esas cifras se
reducirían drásticamente.
El Programa de las
Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) ha destinado un plan estratégico 2018
– 2021, con el fin de impulsar el avance en la agenda para alcanzar los
Objetivos de Desarrollo Sostenible, que contiene tres objetivos básicos: erradicar
la pobreza en todas sus formas; acelerar las transformaciones; y crear
resiliencia ante las crisis y catástrofes.1 Pero sucede que no es fácil para
los millones de personas que actualmente enfrentan esta crisis sanitaria
escapar a ella, para esto es necesario esa triangulación en que todos
trabajemos, gobierno y sociedad civil organizada. Poner de nuestra parte, cada
uno, de manera individual, aportar su granito de arena para mitigar los efectos
adversos en nuestra salud, recuperarnos y salir fortalecidos de esta crisis.
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