¡Ay Mao! ¡Mao, Mao! Un grito lastimero y profundo fue despertando al pueblo con la secuencia de fichas de dominó al caer, cuando aún no se asomaba el amanecer en lontananza.
Los madrugadores salían a la calle, o simplemente abrían sus ventanas para ver cuál era el origen del inusual grito.
Un hombre de baja estatura, con sus cabellos casi cubriéndole el rostro, y montado en una bicicleta de canasto, utilizaba los gritos lastimeros para atraer clientes a las ricas tortas que vendía.
Cientos de madres lo vieron como una bendición del cielo, que hacía más fácil el desayuno escolar de sus hijos.
Jesús oró: "El pan nuestro de cada día, dárnoslo hoy."
Los madrugadores salían a la calle, o simplemente abrían sus ventanas para ver cuál era el origen del inusual grito.
Un hombre de baja estatura, con sus cabellos casi cubriéndole el rostro, y montado en una bicicleta de canasto, utilizaba los gritos lastimeros para atraer clientes a las ricas tortas que vendía.
Cientos de madres lo vieron como una bendición del cielo, que hacía más fácil el desayuno escolar de sus hijos.
Jesús oró: "El pan nuestro de cada día, dárnoslo hoy."
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