26 de diciembre de 2014

Voces y ecos: Agorazein

RAFAEL PERALTA ROMERO

Las ciudades necesitan espacios donde sus habitantes vayan a encontrarse. La tradición impuso que unos hombres -los más maduros- acudan a contar sus experiencias y exaltar sus heroísmos, que los de mediana edad esbocen sus proyectos, los más jóvenes revelen algunos sueños, y todos echen piropos a las hembras.

Desde la antigüedad, los hombres han buscado -y han construido- lugares para la diletancia, la expresión de juicios sobre la marcha de los acontecimientos  locales o universales, y para la distensión. En Santo Domingo, durante buen tiempo, ese lugar fue la calle El Conde, ahora con reducido esplendor.

La decadencia de la emblemática vía, sumado a ello el crecimiento poblacional y el caos en el tránsito, ha motivado un desplazamiento de contertulios hacia las plazas comerciales aparecidas en las últimas décadas. Allí concurren viejos y mozos en busca de foros para sus ideas luminosas, para la jovialidad y hasta para la broma mordaz.

Dos de éstas llevan nombre griegos, y eso no es casual. Para los helenos la plaza fue lugar indispensable, iban a ver qué se decía. Ágora fue centro de reunión y discusión, para vender o comprar. Acrópolis, el punto más alto de la ciudad, sobre todo Atenas, tuvo funciones afines. Al ágora acudían los filósofos para plantear sus razonamientos.

Luciano De Crescenzo, un acucioso escritor italiano, en una breve y graciosa historia de la filosofía griega, afirma que los griegos iban a la plaza para comprar, vender y verse con los amigos. Eso se expresaba con el verbo "agorazein". Añade que "Caminaban de un lado a otro, se paraban, discutían y seguían caminando".

Cada plaza tiene sus habituales. Algunos de ellos  pueden ser localizados allí sin cita previa. Ciertos políticos hacen de la plaza favorita su oficina. Aunque  no lleven papeles, andan con sus planes en la cabeza y  su teléfono celular. ¿Para qué más? Podrían brindar un café o aceptar que se lo briden. La bebida puede variar: chocolate, vino y hasta mabí seibano.

El Centro Comercial Nacional tiene la ventaja de ser la plaza más céntrica. Ofrece poco al visitante, pero a diario congrega diversos grupos: escritores, académicos, médicos, ex militares, los infaltables políticos, vagos afortunados y vagos en olla. Los escritores, sobre todo cuentistas y novelistas, tienen mucho que aprender ahí.


 En las plazas, unas personas disfrutan su derecho al ocio con el pretexto de comprar algo o de realizar una diligencia bancaria. Otras, con el solo pretexto de la vacancia. O mejor, de hacer cumplir el salmo que dice: "Qué bueno es vivir los hermanos en uno". Los griegos no estaban equivocados: ¡Agorazein!

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