RAFAEL PERALTA
ROMERO
Las ciudades necesitan espacios donde sus habitantes vayan a
encontrarse. La tradición impuso que unos hombres -los más maduros- acudan a
contar sus experiencias y exaltar sus heroísmos, que los de mediana edad
esbocen sus proyectos, los más jóvenes revelen algunos sueños, y todos echen
piropos a las hembras.
Desde la antigüedad, los hombres han buscado -y han construido- lugares
para la diletancia, la expresión de juicios sobre la marcha de los
acontecimientos locales o universales, y
para la distensión. En Santo Domingo, durante buen tiempo, ese lugar fue la calle
El Conde, ahora con reducido esplendor.
La decadencia de la emblemática vía, sumado a ello el crecimiento
poblacional y el caos en el tránsito, ha motivado un desplazamiento de
contertulios hacia las plazas comerciales aparecidas en las últimas décadas.
Allí concurren viejos y mozos en busca de foros para sus ideas luminosas, para
la jovialidad y hasta para la broma mordaz.
Dos de éstas llevan nombre griegos, y eso no es casual. Para los helenos
la plaza fue lugar indispensable, iban a ver qué se decía. Ágora fue centro de
reunión y discusión, para vender o comprar. Acrópolis, el punto más alto de la
ciudad, sobre todo Atenas, tuvo funciones afines. Al ágora acudían los
filósofos para plantear sus razonamientos.
Luciano De Crescenzo, un acucioso escritor italiano, en una breve y
graciosa historia de la filosofía griega, afirma que los griegos iban a la
plaza para comprar, vender y verse con los amigos. Eso se expresaba con el
verbo "agorazein". Añade que "Caminaban de un lado a otro, se
paraban, discutían y seguían caminando".
Cada plaza tiene sus habituales. Algunos de ellos pueden ser localizados allí sin cita previa. Ciertos
políticos hacen de la plaza favorita su oficina. Aunque no lleven papeles, andan con sus planes en la
cabeza y su teléfono celular. ¿Para qué
más? Podrían brindar un café o aceptar que se lo briden. La bebida puede variar:
chocolate, vino y hasta mabí seibano.
El Centro Comercial Nacional tiene la ventaja de ser la plaza más
céntrica. Ofrece poco al visitante, pero a diario congrega diversos grupos:
escritores, académicos, médicos, ex militares, los infaltables políticos, vagos
afortunados y vagos en olla. Los escritores, sobre todo cuentistas y
novelistas, tienen mucho que aprender ahí.
En las plazas, unas personas
disfrutan su derecho al ocio con el pretexto de comprar algo o de realizar una
diligencia bancaria. Otras, con el solo pretexto de la vacancia. O mejor, de
hacer cumplir el salmo que dice: "Qué bueno es vivir los hermanos en
uno". Los griegos no estaban equivocados: ¡Agorazein!