Por Lincoln López
El escritor inglés Ruddgard
Kippling, nacido en Bombay (India) en 1865, y Premio Nobel de Literatura en
1907, nos cuenta en una de sus obras sobre aquella excursión dada al interior
de la selva por dos esposos y su hijo pequeño, pero debido al ataque inesperado
de un tigre, los esposos perdieron a su hijo aunque ellos preservaron sus
vidas.
Mowgli es el nombre del niño
perdido que aparece en una cueva de unos lobos quienes no solo lo salvan de las
garras del tigre, sino que lo acogen como a su propio hijo.
Luego Mowgli es presentado en
el Consejo de Roca, máximo órgano deliberativo de la manada de lobos para que
sea aceptado como parte de la comunidad. Como cualquier otro lobato, es
instruido en la Ley de la Selva para que entienda, entre otras cosas, el valor
de la amistad, que aprenda a enfrentar a los Bandar-Log, el pueblo de los
monos, tontos, indisciplinados, revoltosos, quienes nunca hacen nada bien ya
que no tienen ley, la importancia del trabajo en equipo, y sobre todo,
desempeñar su rol social en el área de su competencia demostrada.
La lectura de “The Jungle
Book” (El Libro de la Selva) es beneficioso debido a los valores positivos que
emanan de las historias, en el marco de un ambiente fantástico, con una
redacción fácil y entretenida, muy adecuada para los niños. Por fortuna, la
existencia universal de textos infantiles es amplia, y por lo tanto, variada.
Naturalmente utiliza algunos patrones sociales propios de la época y del
contexto cultural del autor. En este sentido es válido mencionar al piloto de
un avión que posteriormente escribió un libro de éxito mundial: El Principito
de Antoine de Saint-Exupéry (Francia 1900-1944), y sus lugares en vez de la
selva, son los asteroides.
Ojalá la acción de su lectura
surjan reacciones, críticas, y que ellas puedan ser relacionadas con la
sociedad humana, como el viejo lobo solitario y sabio, sea el jefe de la manada
(una concepción machista del poder) o los árboles baobabs representan el
nazismo que intentaba destruir el planeta. Debatir el hecho de que la sociedad
humana es la única de los seres vivos que posee cultura (con su valor primario
de la palabra y el sistema de lenguaje), y sin embargo, desequilibra el medio
ambiente, cosa que no ocurre en los llamados seres “inferiores”.
Sería maravilloso, aunque para
algunos padres sea embarazoso, objetar las desigualdades sociales en medio de
tanta riqueza material. La pobreza material y espiritual.
Hemos sido creativos, es
decir, sin imitarlo de la naturaleza, cuando hemos organizado ejércitos
profesionales, guerras interminables y una tecnología muy avanzada
suficiente para el exterminio de la
humanidad.
Quizás convendría ejemplificar
ese extraño contraste entre la capacidad para el arte, la filosofía, la ciencia
o la religión con las más salvajes manifestaciones de dolor y destrucción que
le causamos a nuestros semejantes.
Tal vez la pregunta más
elemental surgiría (¡Gloria a Dios!): Papi, y quiénes son más salvajes, ¿ellos
o nosotros?
Por favor, no lo reprima
porque estamos en Navidad.
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