23 de diciembre de 2013

Circunstancias políticas del nacimiento de Jesús

Rafael Peralta Romero

Rafael Peralta Romero
En el año 752 de la fundación de Roma,  cuando pasaban  catorce del reinado  del emperador Augusto,  con el territorio de su país ocupado por el imperio romano, nació Jesús,  en la aldea de Belén, de la región de Judá.  

Los Evangelios, no obstante haber sido escritos a partir de una  justificada visión teológica, recogen algunos  detalles  que apuntan hacia el ambiente político y social  dominante en el momento. 

Por ejemplo, Lucas  señala que el censo  ordenado por el emperador César Augusto   obligó a José y a su esposa María, residentes en la región de Galilea, a trasladarse al otro extremo, Judea, para ser empadronados en Belén,   el lugar de origen del esposo, que era de la familia del rey David.

El referido censo está muy documentado en la historia y se tiene sabido que lo dirigió un tal Cirino o Quirino, delegado del imperio romano en Siria, y que provocó  mucho rechazo de los judíos  porque entre sus fines estaba sacarle  más recursos a través de los impuestos. Un judío de nombre Judas Galileo promovió  una rebelión contra el censo.

Estos hechos han servido a los evangelistas para precisar  el momento en que llega Jesús al mundo y señalan hacia las condiciones sociales, políticas y económicas en que se produce su nacimiento.     

La Biblia incluye  unos relatos titulados I Macabeos y II Macabeos que registran  interesantísimas páginas de historia  política. Inician  con  el reinado de Alejandro Magno, la división de su reino y la aparición de Matatías y sus hijos para  combatir por  la liberación de Israel.

En 142 a. C., Simón Macabeo, el último hijo de Matatías, ascendió al poder. Ese mismo año, Demetrio II, rey de Siria, garantizó a los judíos la independencia política completa, y Simón, sumo sacerdote y comandante de los ejércitos judíos, fundó la dinastía asmonea.

 La autonomía judía se mantuvo hasta el año 63 a. C., cuando el general romano Pompeyo capturó Jerusalén y sometió todo el reino al dominio de Roma. La dinastía Asmonea se mantuvo hasta el 37 a. C., cuando el idumeo Herodes el Grande se convirtió, de facto, en rey de Jerusalén.

Este hombre, al parecer nacido para el mal,  no podía ser bien querido por los judíos, porque era un extraño, y además representaba  al invasor. Su paso hacia el poder  fue producto de la traición a los macabeos,  y su consolidación  la fundamentó en  el crimen.

 No tuvo escrúpulo ni miramiento si de sus intereses se trataba. Miles de judíos fueron asesinados por orden de este individuo, incluyendo hermanos suyos, dos hijos, una de sus esposas y  un cuñado.

El crimen iba acompañado de la represión, espionaje, y sobre todo de la  extorsión al pueblo a través de los impuestos. Sin dejar  de lado las expropiaciones de bienes y la persecución a las familias adineradas.

Herodes  estaba  poseído del delirio de grandeza, ambicioso de riquezas y de poder, sólo veía límites ante el emperador romano, a quien  mostraba sumisión. Pero pretendía  extender su dominio a toda el Asia y  llegó a proponerse  como el mesías que esperaban los judíos.

Al nacer Jesús, los judíos esperaban un salvador, un liberador, que obviamente habría de tener la decisión de quitarle de encima a  Herodes y la dominación romana. Es decir, el mesías  había de asumir  compromisos políticos.

Herodes  murió en el año nueve  de la era Cristiana,  el reino fue dividido entre  algunos de sus hijos.  El imperio romano seguía dominando Israel,  el pueblo  seguía  pagando muchos impuestos y pagando  con su vida la protesta.

Cuatro   organizaciones  político-religiosas incidían en el ambiente, diferentes en sus respectivas líneas de pensamiento y de acción. Estos grupos eran: celotes,  esenios, fariseos y saduceos.

Joseph Klausner, historiador nacido en Rusia, especialista en estudios semíticos,  en su libro “Jesús de Nazaret, su vida, su época, sus enseñanzas”,  detalla  las características  y las doctrinas de estos partidos.

Dice que los celotes eran jóvenes entusiastas, incapaces de soportar el yugo del  “reino de Edom”. Eran extremistas y activos. Tenían mucho en común con los fariseos, pero los superaban en su celo por la libertad. Eran buenos guerreros, aunque  no podían combatir con el imperio.

Los esenios vivían en  aldeas y  algunos en ciudades. Tenían moradas comunes  y una sociedad cerrada. Sostenían  la teoría de que las almas son atraídas por el amor sensual, desde el éter sutil a este  bajo  mundo, donde quedan encerrados como  en prisión… Juan el Bautista, por su manera de vivir,   se tiene como muy cercano a esta secta.

Jesús  no ha estado lejos de ellos. Y lo corrobora su predicamento: “Mi reino no es de este mundo”.  Los poderosos temían que fuera de este mundo y el pueblo deseaba que lo fuera.                 

El más conocido de los grupos citados es el de los fariseos,  sin duda por las frecuentes alusiones que hace  a ellos Jesús, y que cuentan los Evangelios. Procedían de la clase media, de gente ilustrada, muy ceñidos a la ley de Moisés, aunque despreocupados de otros asuntos. 
 Jesús  los tipificó de hipócritas, que filtran un mosquito y se tragan el camello. Los llamó sepulcros blanqueados, limpios por fuera y por dentro llenos de podredumbre. Sin duda, que Jesús no era el hombre que ellos esperaban.

El partido  de los saduceos toma su nombre de la casa de Sadoc. Estaba formado por las familias sacerdotales y las ricas. Era una minoría aristocrática, de ahí que no  tuviera  raíces profundas en la población.


En estas circunstancias   desarrolló su vida y su ministerio el creador del cristianismo, Jesús de Nazaret.

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