Arrasan con todo en el gobierno, pero cuando los sacan del Poder se convierten en revolucionarios. Se vuelven rabiosos defensores de los pobres, fieles protectores de la patria y celosos guardianes del erario público.
Por
MIGUEL ANGEL CID CID - Acento.com.do
--
Oiga compadre, óigame bien. En el campo los galipotes intimidan a la gente en
los caminos. Si a uno le coge la noche fuera de la casa, mire, es mejor
quedarse donde un amigo, antes que cruzar un monte y toparse con semejante
tenebroso ser.
La
historia mordió mi interés. Pero de repente el señor levantó la cabeza y me
vio, detuvo su historia y se dirigió hacia mí.
–
¿Desea algo caballero? --, me preguntó.
--¿Qué
es un galipote? --, balbuceando, dije.
Cuentan
que un hombre muy rico, tan rico como avaricioso, quería vida eterna. Para
conseguirla pactó con el Diablo. A cambio de su alma Satanás le daría poder
para cometer tantos delitos como quisiera, sin temor a las consecuencias ni a
la muerte. Salvo una excepción: puede matarlo el sacerdote de su parroquia,
pero si usa una pistola negra con balas de plata.
Entonces
el hombre dio dos zancadas y llegó a la iglesia. La puerta estaba abierta y
entró. En ese momento el Padre, un hombre alto con los ojos azules y el pelo
blanco, salía del confesionario con un crucifijo de plata en una mano y una
voluminosa biblia forrada de negro en la otra. El hombre piadosamente pidió ser
confesado.
Pero
cuando el Padre le dio la espalda para regresar al confesionario, el hombre lo
agarró por el cuello con fuerza con el brazo izquierdo y con la mano derecha
sacó de su cintura un filoso cuchillo y lo degolló. El Padre cayó con la boca y
los ojos abiertos frente al altar. Parecía que miraba con sorpresa al cristo
crucificado. La sangre brotaba a borbotones, cubriendo de rojo la sotana
blanca.
Del
pacto nació el galipote y del hecho surgió su inmortalidad.
De
modo que el galipote es un hombre, con poderes. Que se diferencia del prójimo
porque tiene la potestad de convertirse en un animal cualquiera o en el tronco
de árbol o en una ráfaga de viento helado. En realidad, hay mil formas en las
que se puede transformar un galipote para escapar impune de sus diabluras.
A
los galipotes que se convierten en perros le llaman lugaru, del francés
loup-garou, el hombre lobo. O está el que camina dando grandes zancadas, tan
grandes que se diría vuela convertido en ave en la oscuridad. A esos le llaman
zánganos o zancú.
De
niño recuerdo las historias de galipotes que salían errantes por la sombra de
la noche. En el Cupey, Puerto Plata, Don Luis Emilio Cid, mi padre, se enfrentó
varias veces a los galipotes y los venció. Sólo descansó de esa guerra a brazo
partido cuando se mudó a Santiago. Porque los galipotes no salen en las
ciudades. Le temen a la luz del día como Drácula a la del Sol.
Se
me ocurre que el galipote ha mutado. Y que hoy existe una nueva especie que se
maneja tanto en la cerrazón de la noche como en la luz del día. Es un zancú que
brinca de la pobreza al palacio de gobierno y, de ahí, a una villa de lujo,
preferiblemente Casa de Campo.
En
los años ochenta’s, por ejemplo, gobernó al país un galipote que se convertía
en comunista, en huelguista, en guerrillero, etc. El cambio era cónsono con su
conveniencia.
Era
tan bueno enseñando las malas artes políticas que, desde entonces, todo el que
coge la ñoña se vuelve galipote. Arrasan con todo en el gobierno, pero cuando
los sacan del Poder se convierten en revolucionarios. Se vuelven rabiosos
defensores de los pobres, fieles protectores de la patria y celosos guardianes
del erario público.
Regresé
a la casa sin comprar los zapatos. No sólo porque no los encontré, sino porque
pensé: si me engancho a galipote, ¿para qué gastar en zapatos? Las pesuñas del
León son suficientes
No hay comentarios:
Publicar un comentario