Por Antonio Cedeño-Macho-
(In Memoriam)
En la poesía de Leandro Piña concurrimos a conocer el
jilguero cantor, que canta al viento, que canta a las montañas; que se mece en
la brisa, que se duerme en los mares, se
enjuaga con su espuma, que canta a la vida, que canta al amor en su novela poema
da Polvareda de Sol.
Como poeta maduro, cual Pablo Neruda, Mario Benedetti o
Pedro Mir, dice: Aquí están las manos / limpiadoras de mugres, dispuestas a
luchar por la sonrisa de los hijos de machepa. Extractoras de podredumbres / en
los archivos sépticos / de los desgobiernos latinos, / proveedoras de simientes
/. Integridad. Pan y vino/ aquí están las manos de alfarero experto / amasando
dignidad como arcillosa fortuna / Aquí están mis manos... solo faltan las tuyas
/ Oye amigo... despierta.
En su poema Labriego: Tierra hambrienta / Agrietada como
los labios / Las hojas del tiempo tapizan la esperanza / Vestida de caqui
preñada de hastío / El labriego mira hacia arriba / Pidiendo que caiga el amor
del sustento / Espera ansioso un desbocado aguacero / Sentado sobre el filo de
la sequía / Pero sus nalgas están entumecidas.
Ese lenguaje coloquial empleado por el jilguero banilejo,
que una mujer bonita higüeyana, robara a las huestes de Máximo Gómez, para hacerlo
suyo, que conoce palmo a palmo la tierra de la amada, por sus condiciones de
Ingeniero Agrónomo, pudiendo palpar las miserias de una clase depauperada, hambrienta,
con la peor maldición del mundo sobre su cerebro: la ignorancia; logra escribir
unos versos tan osados, tan verídicos, tan sencillos, que nos conducen a
escuchar al Maestro Jesús decirnos en interlíneas: y conoceréis la verdad y
ella os hará libres.
Esa verdad nos manda a despertar, solamente despertar
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