30 de diciembre de 2020

Raquel Perera: "Cuando empecé con Alejandro Sanz sabía dónde me metía. Esos camerinos llenos de mujeres con deseos incontrolables..."

Vanity Fair

Ha llegado a un acuerdo mutuo de divorcio con Alejandro Sanz, estrena casa nueva en Madrid y lanza una plataforma online de terapia psicológica. Hablamos con Raquel Perera de su pasado en Miami y de los retos que le depara el nuevo año.

"Nunca he querido que Alejandro me regale nada, lo único que me importaba era que se reconociera mi trabajo junto a él y que cuidara de los niños, lo demás es secundario. Han sido momentos duros, en los que sientes que todo se tambalea, pero también he aprendido mucho de mí misma”. Estamos en casa de Raquel Perera (Madrid, 45 años), una mujer que, después de 14 años dedicados “en cuerpo y alma” a formar una familia —y un negocio— con Alejandro Sanz, comienza una nueva vida en Madrid tras divorciarse del artista. Instalada en un adosado en la exclusiva urbanización La Finca, con sus hijos Dylan, de nueve años, y Alma, de seis, que estudian en un colegio de la capital, Perera mira hacia el futuro con intriga y confianza.

Muchas cosas han cambiado en su vida últimamente, entre ellas, el paso al frente que ha dado para convertirse en un personaje público: “En este tiempo con Alejandro me había mantenido, lógicamente, en un segundo plano porque no sentía que tuviera un mensaje especial que transmitir. Podría haber ejercido de ‘mujer de’, pero ese papel no va nada conmigo. Curiosamente, a raíz de la separación, me han enviado muchos mensajes de apoyo otras mujeres. He usado mi cuenta de Instagram para dar o recibir consejos e intercambiar experiencias. Se ha creado un canal de comunicación real y nada frívolo que me parece muy importante explorar. Mi perfil es bastante inspirador y me identifico bastante con todo lo que publico. Siempre me ha gustado el mundo de las emociones y del comportamiento humano. Tengo más de 90.000 seguidores, pero más que el número en sí me interesa la conexión con las personas”.

Cuando Perera habla mueve las manos como si fuera una directora de orquesta poniendo en orden sus propias ideas. Su voz transmite calidez y aplomo, con esa seguridad innata de quien sabe cómo ganarse la confianza de su interlocutor. Se nota que disfruta contando historias, en este caso, la suya, imitando las voces de los distintos personajes y buscando siempre la risa, el contrapunto cómico de la vida que suele aparecer en medio de los peores momentos. Tras nuestra conversación, me resulta evidente por qué uno de los cantantes más populares —y deseados— del mundo la eligió para formar una familia y compartir con ella los entresijos de su negocio. Es, como dirían las abuelas, una mujer con los pies en la tierra. Alguien directo y franco, un perfil muy deseable en general y, si eres una estrella rodeada de palmeros y aduladores, más. Por eso le pido que comience su historia desde el principio, que cuente cómo fue su camino hacia los brazos del cantante.

"Nací en el madrileño barrio de la Concepción. Soy la mediana de tres hermanos y estudié en el Montpellier, un colegio francés de monjas. De pequeña me convencí a mí misma de que venía del planeta Marte y me habían hecho humana para cumplir una misión en la Tierra, pero que algún día volvería allí. Luego Alejandro me escribió Mi marciana, para mí, una de las canciones de amor más bonitas que se han compuesto. Mis padres son el pilar y el ejemplo de mi vida, llevan casados 50 años y nos han educado en la honestidad, en dejarnos decidir en libertad. Mi padre es constructor y aunque nunca pudo estudiar una carrera tiene un máster de la vida, es la persona más trabajadora que conozco. Mi madre era auxiliar de enfermería hasta que dejó el trabajo para dedicarse a su familia. He sido algo rebelde, pero, en el fondo, buena niña. Nunca les di disgustos gordos. Con los chicos siempre me fue bien, me hacían mucho caso. A veces eso fue un problema en la adolescencia, porque algunas amigas no me invitaban a las fiestas para que no me los ligara, cosa que, por otra parte, yo no quería. Nunca me consideré la chica guapa de la pandilla. He sido y soy algo solitaria, he tenido esa parte introspectiva, me encanta escribir y siempre llevo una libreta y un boli a mano. Busco la estabilidad como meta, pero me aburro cuando las cosas simplemente son y ya está. Soy inquieta por naturaleza”.

Raquel hace un alto en la charla y me ofrece una tostada con aguacate y atún regada de salsa picante mexicana. Mientras esperamos a que una empleada nos sirva el aperitivo, le pregunto por su carrera profesional. “Estudié Psicología precisamente para intentar responder a todas esas preguntas que bullían en mi interior. En paralelo, empecé a trabajar como azafata en eventos de bebidas alcohólicas, me gustaba mucho y se me daba muy bien. Me contrataron como coordinadora de azafatas y luego en una agencia de comunicación que llevaba el patrocinio de Telefónica para la Fórmula 1 en todo el mundo. Fueron dos años muy buenos, lo pasé en grande. En ese tiempo tuve parejas maravillosas, en concreto dos más duraderas, pero no me veía con un anillo. Rompí mi última relación y me fui a Londres y a Dublín dos años. En 2003, cuando volví a España, llevaba la cuenta de una marca de tabaco y decidí presentarles un proyecto con el grupo de Leonor Watling, Marlango. Estuve varios meses de gira con ellos. Ahí hice muy buenos contactos con la agencia de Rosa Lagarrigue, la mánager del grupo, que también trabajaba con Alejandro".

"Al cabo de unos meses me llamó Rosa para ofrecerme un puesto en su organización y yo, aunque no tenía ni idea del mundo de la música, me metí de cabeza. Me encantan los retos. Estuve un año trabajando con el resto de los artistas hasta que un día Rosa me pidió que me encargara de Alejandro”. En 2005 tuvo su primer encuentro con él.

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