Justiniano Estévez Aristy.
Cuento corto.
De pronto Haití fue reforestado de punta a punta. Una
empresa canadiense, con el 50 por ciento de las acciones compradas por los
Clinton, empezó a explotar todos los metales preciosos debajo de aquel
subsuelo.
Los chinos instalaron doce parques de zona franca. El
desempleo cayó en picada. Cada nación europea se comprometió a entregar un
0.5 por ciento de su presupuesto nacional para salvar a Haití.
Diez bancos internacionales abrieron sus puertas.
El asfaltado de Haití fue total, gracias a la
colaboración de Iran, Irán, Arabia Saudita, Kuwait y Afganistán. Una empresa
alemana construyó un millón de viviendas seguras para donarlas en un mes.
Los israelitas habían logrado un milagro: poner a
producir hasta las piedras haitianas. El comercio fronterizo se amplió.
Los haitianos no necesitaban visas para viajar a los
Estados Unidos. Un conjunto bachatero de dominicanos nacidos en La Vega del
Valle Real dominicano, con integrantes blancos como el Yogurt, planificada
instalarse en el corazón de Puerto Príncipe.
Pero en su tiempo libre sus cinco componentes tenían
propósitos individuales. Pedro Antonio Vélez, se iba a casar con una haitiana
para adquirir su ventajosa nacionalidad. Freddy Armando Castro pensaba hacer
chiripas en calles y patios haitianos.
Joel Ribe iba a instalar una empresa para destapar
mierdas haitianas de los inodoros obstruidos. Andrés L. Ruiz, iba a abrir una
Casa de Cita con prostitutas dominicanas.
Y los dos restantes, León Deivid Suero y Marcio Tilón
Maguino, pensaban hacerse millonarios haciendo libros con poemas cristianos,
porque Haití había dejado de ser una nación diabólica e inmunda, según las
calificaciones de los protestantes de la década pasada.
"Dios duerme en Haití", repetía en sus prédicas
dominicales el evangelista Ezequiel Molinaza. Nadie se quedaba callado. Todos
decían: ¡AMÉN!
No hay comentarios:
Publicar un comentario