11 de noviembre de 2021

SANTIAGO EN MIS RECUERDOS

 Por: Ramón Leonardo


En días pasados, sentado en las escalinatas del Monumento de Santiago, comencé sin darme cuenta a “soñar despierto”, y en un inconsciente ejercicio de regresión mental, anduve por aquellos lugares de mi infancia y juventud. Aquel Santiago de mis recuerdos, cargado de emociones intensas, deportes, serenatas y cultura, de repente se hizo presente en mi memoria.

Justo allí, frente a mí, estaba con su hermosura imponte el Pico Diego de Ocampo, el pico cimarrón por sus luchas y testigo silente de la “historia y la pasión” de Santiago.

Reanduve los caminos de la loma, que apenas a mis trece años subí junto a mi hermano el Lic. José Leoncio Blanco y mi buen amigo Eugenio Marichal.

El jadeante ritmo de la caminata fue calmado por la emoción que me embargó al ver la ciudad desde lo alto.

Después navegué, una vez más en mis recuerdos por el “Yaque Dormilón” en aquella piragua construida por la primera patrulla de Scout Marinos del país, la patrulla Barracuda. Los nombres de Simón López, Marcos Villamán, Guido Llenas, Chico González, Manuel García, etc., aún viven en mi adulta memoria.

Pero más atrás en el tiempo, recordé los días familiares en el balneario, frente a la famosa piedra, desde donde se tiraban los más diestros nadadores.

Aquel Yaque caudaloso acariciaba los bordes de la ciudad y con su contoneo de serpiente altiva y vibrante, bañaba con ternura la “Ciudad Corazón”.

Y con la fiesta familiar en la cabeza, no pude menos que remontarme al mirador del Hotel Mercedes, que los domingos se llenaba de música y comida, para hacer del lugar, una

recreación tan sana, como la del “Ellas Dancing Club “creado por mis padres Leoncio Blanco y Aglae Quesada, un sitio familiar para su sano entretenimiento.

De la misa en la Iglesia la Altagracia y las retretas dominicales no me pude escapar. Mis años de estudiante en la Academia Municipal bajo la dirección del Prof. Julio Cesar Curiel. El solfeo Eslava y las clases de trompeta estaban ahora tan presente, como la sonrisa de Emilio Cueche y Rodolfo Fernández al niño Ramón Leonardo.

La música me condujo a la Guitarra, al Acordeón Piano y la canción. Y con la declamación de Chico González a mi lado y los muchachos del Barrio Sávica, Mejoramiento Social, el Egido y la “Calle del Pantalón”, Santiago abrió sus noches para pregonar serenatas.

Desde el ambiente preparatorio, que podía incluir un pollo "robao", la noche se mezclaba de ensayo, la lista de muchachas a cortejar y no era extraño encontrar en nuestra andanza al Sindico Gobaira supervisando el ornato de la ciudad. Definitivamente, las serenatas son en el recuerdo, una parte importante de Santiago.

Nací justo en la falda de la histórica Fortaleza San Luis, allí donde se inicia la calle del mismo nombre y por lo tanto mis días de juego infantil con mis hermanos alrededor del entonces Palacio de Justicia, están aún vivos y presentes, con nostalgia de niño mimado, que quiere para si todos los juguetes de la tierra.

Y aquí en el Monumento, donde la memoria se regresa con facilidad precoz y alegre, he comenzado a subir uno por uno los peldaños que me llevan a la cumbre, no recuerdo haberlos contado entonces, pero sé que llegue a contarlos alguna vez...

Para llegar a la cima del monumento prefería subir corriendo por la escalera que usar el ascensor y al llegar a la cúspide del esbelto Monumento dar un par de vueltas, con mis padres sujetándome y volver a correr escalera abajo sin descansar.

Santiago en mis recuerdos, cuantas gotas de memoria se escapan en el tiempo, pero hay algo que jamás se agota: el amor por esta ciudad y su gente.

Hay tanto del ayer que rescatar y preservar y tanto del hoy que restaurar, que sería bueno que todos nos sentáramos a pensar sí el Santiago que tenemos es lo que queremos y si no es así... entonces volvamos a reconstruirlo a partir de nuestros recuerdos hermosos.

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