Por David Ramírez
Para la izquierda latinoamericana de aquella época ella fue solo uno de los iconos de la “cultura camp”, un referente del dandismo burgués, un soporte más en la industria audiovisual del imperio norteamericano para maquillar su nuevo intervencionismo cultural haciendo bullir las mentes de las masas con imaginería y mitología cinematográficas para así ganarse sus corazones.
Para muchos amantes del cine de las décadas de los cuarenta y cincuenta (con o sin bandera ideológica), el contenido de las aventuras y melodramas de amor serie B poco importaba, menos aún las hazañas de los clásicos héroes americanos o árabes, como Sabú. Lo que los atraía era la belleza sugestiva de aquellas actrices como Maureen O’Hara, Yvonne De Carlo o María Montez, llamadas las “Supremas reinas” de una nueva tecnología en la pantalla bautizada “Technicolor”, una técnica contraria al blanco y el negro, impulsadas por los oligopolios de Hollywood.
Lo novedoso del “Technicolor”, era que buscaba embrujar y encantar al público con las imágenes en colores de los paisajes donde se filmaban las películas, pero los directores (curiosamente casi todos homosexuales), esclavos del comercialismo hollywoodense, resaltaban más que todo las bellezas corporales de sus “divas”. Al fin al cabo eran ellas las luminarias del escenario, las que engordaban la taquilla.
Ese fue y aún sigue siendo el mundo mágico donde se encontraba María Montez, una actriz exótica nacida en nuestro pequeño pueblo, Barahona. Una “diva” o esclava de la Universal Pictures que en su juventud fue una rebelde, enamorada perdidamente de un banquero inglés que le triplicaba en edad.
Hija de un inmigrante español y una dominicana, a María Montez (el nombre escénico que asumió en Hollywood), la bautizaron con un presuntuoso nombre que aún, muchos años después de su muerte, genera controversias y confusión entre los escritores. Para su público, daba lo mismo que alguna vez se hubiese llamado María África Gracia Vidal o tal vez Maria África Vidal de Santos Siles Y Gracia, ella fue solamente “María Montez”, una especie de culto, la musa inspiradora de sus sueños y fantasías.
Pero su belleza no solo sedujo y hechizó a la “masa inculta e ignorante” como literalmente solían llamar las élites o “eruditos” bajo su poco disimulado complejo de superioridad.
A pesar de no ser una excelente actriz, sus encantos también cautivaron a intelectuales y escritores. Muchos de ellos la adoraron en silencio para no pecar de simplistas, otros en cambio, conforme a su naturaleza de hombre dieron rienda suelta a sus fantasías y escribieron fabulosos cuentos en cuyas tramas orbitaba la diva de “Las mil y una noches”, cuentos que nunca llegaron a publicarse, perdiéndose en el tiempo.
Entre los pocos intelectuales que si llegaron a publicar uno de esos cuentos ya eternos, convertidos en aportación al género literario de su país por su extraordinaria calidad, tenemos al narrador, ensayista y poeta español Asensio Sáez García quien, ha mediado de los ciencuenta, publicó en una revista literaria el cuento “El hombre que amó a María Montez”.
El cuento de Sáez, en el ámbito literario, tiene la característica de una narrativa a la vieja usanza, con el mérito de aproximarnos y hasta hacernos creer partícipes en la narración. Escrito en plena dictadura franquista y como un desafío social, el autor aborda la soledad, miseria y ensoñadoras ambiciones de su principal personaje, un panadero pueblerino que solo aspiraba a conocer en persona a la dama de su sueño; María Montez, la bella Amara de la película “Alí Baba y los 40 Ladrones”.
Para el humilde panadero, en el tedio de su rutina laboral y su miserable existencia, la Montez era la mujer ideal, su musa dominguera, aquella a quien él le escribía constantemente cartas, soñando con lo imposible.
Por su mente solo se cruzaba el hermoso pensamiento que ocurriera un milagro a la altura de Hollywood, que su amada inspiradora le respondiera o tal vez conmovida por sus cartas se apareciera en la puerta de la panadería preguntando por él y, en una actitud un tanto surrealista, le pidiera unos sus panes, aquel con el corazón atravesado por la flecha del amor que el mismo fabricaba con sus manos, bajo influjo quimérico y fantasías soñadoras como en las “Noches de Arabia”.
El cuento “El hombre que amó a María Montez”, es todo un clásico en la historia de la literatura de Murcia, España, escrito con una maestría sin igual, tanto así que el escritor Francisco Javier Díez lo califica de “singular”. Para ese escritor, Sáez García “mezcla la realidad y ficción en dosis medidas”, donde lo “emotivo, humano y lo poético” se mezclan, sin olvidar aspectos muy importantes de la sociedad española en la época del dictador Francisco Franco, como los marginados sociales.
Porque en la España franquista, para ese heterogéneo grupo social, fantasear con las divas de las películas domingueras, por mediocres que fueran, era solo un escape natural a las presiones económicas, la opresión de la dictadura y los fantasmas de la soledad.
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