El Consenso de Washington está muerto. Estamos frente a un giro histórico. El secreto bancario es cosa del pasado. Ya no habrá recompensas a los que fracasan.
Cada una de esas frases fue pronunciada ayer por el primer ministro inglés, Gordon Brown, y por el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, como conclusión de una reunión histórica del Grupo de los 20. La declaración final de la cumbre aspira a ser tan contundente como la crisis económica que la motivó.
Su tono fue saludado con entusiasmo por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, quien se congració de que ahora sean los líderes mundiales quienes arremetan contra las bases del neoliberalismo, al menos desde el discurso. “Ahora todo esto se tiene que implementar”, advirtió la mandataria argentina. Las promesas son significativas: habrá 1,1 billón de dólares para reactivar las economías y el comercio internacional, el dinero se canalizará a través del FMI y otros organismos, esas instituciones –sobre todo el Fondo– serán sometidas a un proceso de reforma para “resolver sus estigmas”, el FMI deberá vender sus reservas en oro para ayudar a los países más pobres, se desplegará un nuevo marco de regulaciones sobre el sistema financiero, eso incluye la imposición de reglas a las calificadoras de riesgo, a los fondos de inversión y sobre los sueldos y primas de los banqueros, se “combatirá” a los paraísos fiscales y habrá sanciones a quienes no colaboren con la transparencia fiscal, se creará un nuevo órgano de control de los mercados y se buscará reflotar la Ronda de Doha para flexibilizar el comercio internacional.
Repasar el listado de medidas y compararlas con lo que había resuelto la anterior cumbre del G-20 en Washington, a mediados de noviembre pasado, muestra cuánto cambiaron las cosas entre un momento y otro. El contraste es notorio.
El anterior encuentro de presidentes de las grandes potencias y de las economías emergentes se hizo sobre el final del mandato de George Bush, un defensor a ultranza del neoliberalismo, y sin la participación del ya electo Barack Obama. Los países europeos tampoco lucieron muy convencidos de avanzar decididamente en varios temas y lo que salió fue una declaración que reconocía que se estaba frente a una crisis grave, que había cuestiones del funcionamiento de los mercados a corregir, pero no se incluían medidas concretas ni se evidenciaba la urgencia que aparece ahora.
Bush cerraba el encuentro diciendo que no abandonaba la filosofía del libre mercado.
Ayer Obama sentenció que el resultado del cónclave del G-20 en esta ciudad marca “un giro histórico”.
Brown, encargado esta vez de concluir las sesiones, dijo aquello de que terminó el Consenso de Wa-shington, en referencia a los principios que marcaron la era neoliberal, y que un nuevo orden mundial está emergiendo.
Entre una cumbre y otra hubo un cambio político de primer orden, por la asunción del presidente del Partido Demócrata en Estados Unidos, y al mismo tiempo se produjo un deterioro de tal magnitud de las variables económicas que hoy son mayoría quienes temen que si no se le pone un piso a la caída, la crisis puede alcanzar profundidades de depresión.
En las sesiones preparatorias a esta cumbre, economistas y banqueros centrales de distintos países del G-20 advirtieron en forma reservada que este año existían riesgos ciertos de caer en una fase de depresión económica y que la salida podría demorarse varios años.
Sobre Estados Unidos se dijo que no era descabellado pensar que pudiera ocurrirle lo mismo que le pasó a Japón, que estuvo diez años estancado. Estados Unidos representa el 25 por ciento del PIB mundial y el impacto de su crisis se traslada a todo el mundo.
El temor a que la crisis se vaya de las manos se pudo ver ayer en los rostros de los presidentes de las principales potencias. También exhibieron otra disposición a escuchar, al punto que aceptaron borrar de la declaración final de la cumbre la palabra “flexibilización” que figuraba en el capítulo laboral.
Lo hicieron por el pedido de Lula da Silva y Cristina Fernández de Kirchner. Aunque Estados Unidos e Inglaterra, de un lado, Alemania y Francia, del otro, pulsearon muy fuerte en la previa a la cumbre, finalmente los gobiernos hicieron un esfuerzo por transmitir un mensaje claro y categórico. Las conclusiones pueden dividirse en tres grandes ejes:
1. Las medidas para reestablecer el crecimiento.
2. La reforma de organismos financieros y la regulación de mercados.
3. El compromiso de apuntalar el comercio internacional
No hay comentarios:
Publicar un comentario