Por LUIS SCHEKER ORTIZ
EL AUTOR es abogado. Reside en Santo Domingo.
Necesitamos un framboyán emblemático.
Espléndido. Soberbio en su esplendidez. Que nos obligue a detenernos en mitad
del camino, sin prisa alguna. Acogernos en su sombra. Recrear su belleza.
Querer ser como él. Desafiante.
Distante de cambronales, javillas,
guasábaras, bayahondas. De árboles sin frutos, de raíces podridas. De plantas
venenosas. Necesitamos sembrar muchos framboyanes de diversos colores.
Hermanados, frondosos, para embellecer este pedazo de tierra que nos pertenece
a todos. Para hermosear la vida de nuestro pueblo bueno, hospitalario,
generoso, que se nos escapa en un solo grito, desesperado, angustioso, rodeado
de miseria y desengaños. Para sembrar en el alma dominicana el patriotismo, la
buena semilla que germine y crezca libre de espinas, de hojas secas, sin
verdor. De plantas venenosas, que seducen y atraen con su falso follaje a
víctimas inocentes.
Necesitamos plantar en nuestro suelo, en las
iglesias, en las escuelas, en la ciudad y el campo, en la Patria grande un
jardín de hermosos guayacanes permanentemente florecidos, que fortalezca el
espíritu de quienes injustamente sufren humillaciones, penalidades y abusos, de
parte de gente desalmada que carecen de ella. Muchos, muchos framboyanes
deslumbrantes, provocadores, precisamos. De vivos y variados colores que
contagien por su belleza y hagan crecer vigorosos anhelos, llenos del encanto
que nos devuelve la visión de un nuevo paisaje. Un paisaje radical, distinto,
que nos sacuda de la carcoma que deja el dejar al tiempo, que todo lo corrompe;
de la molicie que nos abruma. De esa acomodada conformidad que espanta. Que en
su arrebato nos inunde de inmensos deseos de ser más y mejores, como las cepas
del buen vino. Que nos llene del orgullo nacional de ser, no de tener. De
probarnos a nosotros mismos, una vez más, de que sí podemos realizar nuestros
sueños, libres de impurezas.
Lejos de la hiedra trepadora. Lejos de las
plantas venenosas de engañoso follaje que hoy vemos, dolorosamente, exhibirse
por doquier, nublando el paisaje. Como lo hicieron los expedicionarios de
junio, los caídos en Manaclas, los aguerridos combatientes constitucionalistas
de Abril Eterno.
Rociados de rocío mañanero, de nobles ideales
y principios que alentaron su lucha por un país mejor. Que retomaron la palabra
olvidada, la que nunca se pierde ni abandona al vencido porque es camino de
redención y de esperanza, “una potente arma incluso cuando es posible que no
quede nada mas”. (Mandela)
No es tiempo de espera. Se nos hace tarde
para alcanzar el futuro. Ver reverdecer nuevas primaveras, en invierno o en
otoño. Se necesita juntar y unir muchas, muchas manos todas abrazadas a un solo
corazón. Como decía aquel montaraz, el loco de la montaña: “Hay que luchar por
todos los que no luchan, hay que sembrar por todos los que no siembran. Hay que
vivir sembrando, siempre sembrando”.
Que el framboyán, después florecido, se llena
de vainas, eso poco importa. Precisamente, en la política criolla, de lo que
estamos ya bastante hartos, son de las tantas y tantas vainas que nos llueven
sin flores durante todo el año. (almomento.net)
No hay comentarios:
Publicar un comentario