Por Edwin De la Cruz
Periodista y abogado
Por fin, el
liderazgo dominicano da un paso firme y decidido frente a una realidad que ya
no se podía seguir ignorando. En su alocución a la nación, el presidente Luis
Abinader hizo lo que muchos mandatarios evitaron por temor al costo político:
enfrentar de manera directa la crisis migratoria provocada por el colapso del
vecino Haití.
Las 15
medidas anunciadas no solo son necesarias, sino urgentes. Durante años, la
República Dominicana ha cargado con un peso desproporcionado frente al
deterioro institucional, económico y social de Haití, mientras la comunidad
internacional ha optado por mirar hacia otro lado. El presidente no solo
reconoce la magnitud del desafío, sino que actúa con determinación, enviando un
mensaje claro tanto a nivel nacional como global: la soberanía dominicana no
está en venta ni en riesgo de ser negociada.
El
reforzamiento militar de la frontera, la ampliación del muro, las reformas
legales y los controles migratorios en hospitales son valientes que buscan
poner medidas orden donde reinaba el desorden. No se trata de rechazar la
solidaridad, sino de trazar límites responsables. El Estado tiene la obligación
moral y constitucional de proteger a sus ciudadanos, sus recursos y su
estabilidad social.
La carga
fiscal que tiene significado para el país el sostenimiento de servicios de
salud, educación y asistencia para una población migrante creciente y en gran
medida irregular, ha tocado fondo. El sistema no puede más, y la ciudadanía lo
sabe. Saludamos la decisión de establecer protocolos claros en los hospitales y
de buscar la regularización del empleo para los dominicanos. Esta es una
apuesta por la justicia social y por la dignidad nacional.
El presidente
también pone el dedo en la llama al exigir acción a una comunidad internacional
que ha fallado en toda línea con Haití. Las palabras de Abinader fueron
directas: “La República Dominicana no puede ni debe cargar con una crisis que
no le pertenece”. Y tiene toda la razón. Por demasiado tiempo hemos asumido un
rol que corresponde a las grandes potencias, a los organismos multilaterales y
a quienes tienen el poder de cambiar el rumbo de Haití, pero no la voluntad de
hacerlo.
Este es un
momento histórico. El presidente no solo aprieta los pantalones, sino que traza
una línea en la arena: aquí se respeta la ley, se protege la soberanía y se
defiende el bienestar del pueblo dominicano. Las críticas llegarán, como
siempre, pero la historia recordará a quien tuvo el coraje de hacer lo correcto
cuando más se necesitaba.
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