Marino Vinicio Castillo R.
Dos días después, ya
era diputado. Se trataba de un difícil rediseño del Congreso para enfrentar los
rigores de las Sanciones impuestas en ocasión de su intento sangriento de
eliminar al presidente de Venezuela, Rómulo Betancourt. Patadas de ahogado
desde el poder omnímodo, que lo llevaron a poblar de otros muchos jóvenes sus
Cámaras Legislativas.
Pero bien, mi interés
de hoy es recordar una práctica que me impuse de ir, bien temprano, a la Cámara
para sentarme a oír viejos generales de Trujillo, que allí permanecían
convertidos en legisladores.
Antes del día 30 de
Mayo eran parcos, pero después se tornaron locuaces y fue esta fase muy
interesante; había muerto y podían hablar entre ellos, sin excluir al joven
legislador grávido de curiosidad en oírles.
Confieso que aprendí
cosas del Régimen que no he visto en los libros escritos a partir de la fecha.
Ahí comencé a conocer de sus vínculos y azares en el trato con aquel hombre que
asumían con una lealtad como si fuera una fuerza de la naturaleza.
Voy a citar sólo dos
episodios, entre otros interesantes. El General Federico Fiallo contó, a
petición del General Cocco, lo siguiente: “Trujillo me instruyó que fuera a
Haití; utilicé un avioncito que estaba en Mango Fresco, donde había aterrizado
Lindbergh cuando Horacio.”
Me dijo: “Te está
esperando una gente que tienen el lugar que tú sabes. Nadie puede saber de esto,
una carta; ni la Embajada debe saber de tu presencia.”
Al regresar, en la
nochecita, por poco me caigo. No tenía luz y un camioncito la dio para bajar.
Estaba él solo, con Ciprián, Larguito.
¿Trajiste algo? Por eso me dilaté esperando esta carta.” Me dijo: “Ya tú
sabes, que nadie lo sepa.”
Al otro día me ordenó
verle y por cosas que me dijo me di cuenta de que venía algo gordo. El General
Cocco, muy ocurrente, le dice: “¿Todavía te dura el miedo que no lo dices?” Se
rieron, pero Fiallo respondió: “Eso es discreción militar”.
Prosiguió diciendo:
“Después vino el Corte, y me dijo: “¿Tú recuerda la diligencia?; esos carajos
creían que me iban a empalagar con sus elogios poniéndole mi nombre a su calle;
son traicioneros y lo advertí, que no podían seguir con el desorden de robos de
vacas en Dajabón, ni usando su dinero hasta en Santiago; que nosotros no nos
íbamos a joder por ellos.” Hasta aquí el
relato.
Días después, Cocco le
pregunta a Fiallo: “¿Y a qué tú fuiste a Obras Públicas?” Respondió: “Estando en el Hipódromo me dijo:
“Arréglame ese desorden”. Entonces Cocco le pregunta: “¿Y cómo tú lo ibas a arreglar?” “¡Oh!,
Poniendo un ejemplo! Los troncos de los puentes se hacían redondos por el paso
de los vehículos; lo que hacían era volverlos cuadrados y se cogían los cuartos
nuevos”. “¿Y tú cómo ibas a resolver?” “¡Ya te dije, uno sólo que se ahorcara
en el mismo puente con un letrero en el pecho, era un mensaje! Y así fue; se pusieron pinitos.”
Resultaba impresionante
oír a Fiallo; era de los seis capitanes duros del año ´30. Su fama de represivo
era incuestionable, pero ponía a pensar en aquel tiempo en que habían nacido
los monstruos de la opresión y la guerra.
Sin embargo, era de una
honradez que el propio Trujillo reconociera cuando le llevaron una lista de
nombres al constituir la Comisión de Control de Neumáticos y Combustibles que
imponía la guerra y dijo: “No, carajo, quiero sólo a Federico Fiallo, que es el
único dominicano que no roba.” Al parecer, se incluía entre ellos.
Fiallo le sirvió para
controlar Obras Públicas, desarrollar Fuerza Aérea y corregir la Policía, donde
volvió como Coronel, ya jubilado como Teniente General de las Fuerzas Armadas.
Su impiedad era inequívoca, pero cuando un Procurador lo reclamó para
interrogarle en Despacho respecto a los hechos tremendos de El Número de Azua,
en que murieran hijos valiosos de San Juan, pidió excusas para cambiar la
indumentaria y se suicidó con una Luger, tal como hiciera el Mariscal Rommer.
Se podría entender que se sentía parte de aquellos tiempos de naciones
antiguas, que supieron del Holocausto y de los Gulags. No era un oficial
cualquiera, pues; era una mentalidad que el mundo con dolor padeciera.
En un ejercicio mental
estrambótico se diría, después de los saqueos recientes del erario público que
ha hecho falta la probidad de un Fiallo, desde luego, dentro de un Estado de
Derecho que se suponía imperturbable.
El absurdo es más que
imposible, lo sé, pero al menos sirve de advertencia a las nuevas generaciones,
para que lleguen a decir sinceramente algún día: “Estamos mal, pero iremos
bien.”
Esta reminiscencia de
hoy plantea un caso histórico de Daltonismo Moral, que tanto he manejado en mis
estudios penales; es decir, el hombre duro en la sangre, pero escrupuloso en el
manejo de fondos públicos.