Patricia Arache / patricia.arache@gmail.com
En una sociedad en la que en los primeros siete meses del presente añ0 2022 haya reportes de más de 30 feminicidios y un número igual o superior de homicidios, sin dudas, hay problemas.
Independientemente, de lo
reducida que parezca ser la tasa de criminalidad y delincuencia en la República
Dominicana, respecto a otros países del área, los hechos del día a día nos
obligan a reflexionar y a proceder en la búsqueda de una salida.
Es cierto que la criminalidad y
la delincuencia tienen características particulares y, por lo tanto, en este
capítulo necesitamos deslindar una cosa de la otra, sin pretender minimizar sus
niveles de incidencia, al equipararlos con parámetros internacionales.
Organismos e instituciones
nacionales e internacionales ofrecen las estadísticas: “República Dominicana es
el quinto país de la región con los niveles más bajos de homicidios, con una
tasa de 11.1 por cada 100 mil habitantes, lo cual la ubica en una posición muy
por debajo del promedio regional de 20.4 homicidios por cada 100 mil
habitantes”.
Esos mismos datos revelan que el
50% de los casos que se presentan son provocados por problemas de
“convivencia”. ¡Es aquí donde está el problema!
En muchas de nuestras ciudades o
no transcurren 24 horas seguidas, sin que el país sea sacudido por la
divulgación de muertes violentas entre “amigos”, familiares, aliados, conocidos
o en asaltos callejeros y, en el caso de los feminicidios, parejas, exparejas
y, a veces, hasta pretendientes.
Sobre los feminicidios, huelga
citar los casos, algunos de los cuales, incluso, previamente habían sido
minimizados o ignorados por autoridades y la misma sociedad que, en sentido
general, prestó oídos sordos a las denuncias de las ahora víctimas.
Cuando la convivencia social está
en crisis, debemos preocuparnos como país, aunque otros indicadores, casi
siempre del ámbito económico, nos sitúen entre las naciones más envidiables de
las que han sufrido los embates de la pandemia del COVID-19.
La abundancia en la producción
agrícola, la pronta recuperación de los empleos, y de las zonas francas, con su
expansión, así como la reactivación del Turismo, son variables que fortalecen
el optimismo.
El milagro económico del que
tantas veces se habla, el privilegio de estar ubicados en un punto geográfico
estratégico, que nos coloca a la vista de inversionistas y desarrolladores,
llena de satisfacción, más aún, cuando se observan políticas públicas tendentes
a mejorar lo alcanzado.
En ámbitos políticos, sociales,
empresariales, profesionales, laborales, académicos, eclesiásticos predomina la
visión de que hay esfuerzos (que han dado sus frutos) para alcanzar la
recuperación económica que requerimos y de las que, claro que somos merecedores.
El problema está cuando nos
miramos de frente y nos damos cuenta de que, aunque sabemos que debemos
compartir el pan y el vino, y “amarnos los unos a los otros”, nuestras mentes y
corazones se nos están llenando de odio.
Y lo destilamos por doquier, sin
reparos. Sin dudas, esta práctica nos está convirtiendo en lo que estamos
pareciendo: “una sociedad enferma”. Hagamos algo para evitar consagrarnos en
tan vil, despreciable y espeluznante condición.
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