Hasta el pasado 23 de junio, nunca había hablado públicamente de su vida privada, pero arrebatada por la emoción del pregón del Orgullo de Sevilla, María del Monte cambió de tercio, algo que ha tenido una repercusión imprevisible para ella. Conversamos con ella sobre su vuelta a la alegría tras sus duras y recientes circunstancias.
POR PALOMA RANDO - Vanity FaIR
Dijo que era una persona más, pero no lo es.
Y no hay más que verla cinco minutos en plena calle: el tiempo necesario para
que se le acerque una anciana y le diga lo mucho que la admira y la quiere. El
pasado 23 de junio, María del Monte (Sevilla, 1962) se subió a un escenario para
dar el pregón del Orgullo de Sevilla. Media hora después no se hablaba de otra
cosa. “¿Qué os pensáis? ¿Que soy un robot? ¿Que yo no he formado mi familia?
Claro que la tengo y desde hace 23 años”, reveló la cantante, que siempre ha
huido de hablar de su vida privada. “Pero simple y llanamente es mía, y hoy
reivindico una vez más que siga siendo mía. Jamás en mi vida me he escondido
de nadie, ni lo voy a hacer por amar. [...] Quiero que sepáis, antes de que me
baje de aquí́, que soy una persona más de todos los que estamos aquí́ y de
todos los que forman parte del mundo. Y que por supuesto mi pareja esta tarde
está aquí́. Yo voy a respetar su libertad. Si quiere subir, que suba; si no,
no”. Y acabó subiendo.
Desde entonces, la cantante ha sido testigo
de cómo sus palabras, a las que ella afirma no haber dado ninguna importancia,
han removido a muchos. “Yo no he sido consciente de haber hecho nada, pero sí
es verdad que estoy empezando a tomar el pulso de las cosas Me paró un chico en
Sevilla en unos grandes almacenes, me dio las gracias y me dijo: ‘Mi abuela es
muy admiradora tuya y sabe que yo tengo novio, pero nunca me ha preguntado por
él. Y a raíz de tus palabras el otro día me dijo: ‘¿Y tu novio cómo
está?’. Me quedé muerto’. Me dijo: ‘Si su artista favorita tiene una vida
normal, mi abuela ha pensado que la mía también es normal’. Eso sí me ha
hecho tomar un poco de conciencia”. Y se emocionó́, claro. También lo hizo
durante el pregón, por mucho que trate de restarle valor a su gesto. “Me
impregnó haber salido a aquella Alameda de Hércules y haber visto familias de
todo tipo, personas que defendían los derechos de las personas, así́ de simple.
¿Qué queda camino? Pues mucho. El primer paso importante será́ el día que un
hijo o una hija no tenga que 'confesar' su tendencia sexual. Que lleguen chico
a su casa y diga: ‘Papá, mi novio se llama Arturo’. Entonces estaremos
hablando de igualdad y de normalidad.
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