Rafael Peralta Romero
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Rafael Peralta Romero |
En el año 752 de la
fundación de Roma, cuando pasaban catorce del reinado del emperador Augusto, con el territorio de su país ocupado por el
imperio romano, nació Jesús, en la aldea
de Belén, de la región de Judá.
Los Evangelios, no
obstante haber sido escritos a partir de una justificada visión teológica, recogen
algunos detalles que apuntan hacia el ambiente político y
social dominante en el momento.
Por ejemplo, Lucas señala que el censo ordenado por el emperador César Augusto obligó a José y a su esposa María,
residentes en la región de Galilea, a trasladarse al otro extremo, Judea, para
ser empadronados en Belén, el lugar de origen del esposo, que era de la
familia del rey David.
El referido censo está
muy documentado en la historia y se tiene sabido que lo dirigió un tal Cirino o
Quirino, delegado del imperio romano en Siria, y que provocó mucho rechazo de los judíos porque entre sus fines estaba sacarle más recursos a través de los impuestos. Un
judío de nombre Judas Galileo promovió
una rebelión contra el censo.
Estos hechos han
servido a los evangelistas para precisar
el momento en que llega Jesús al mundo y señalan hacia las condiciones sociales,
políticas y económicas en que se produce su nacimiento.
La Biblia incluye unos relatos titulados I Macabeos y II
Macabeos que registran interesantísimas
páginas de historia política. Inician con el
reinado de Alejandro Magno, la división de su reino y la aparición de Matatías
y sus hijos para combatir por la liberación de Israel.
En 142 a. C., Simón
Macabeo, el último hijo de Matatías, ascendió al poder. Ese mismo año, Demetrio
II, rey de Siria, garantizó a los judíos la independencia política completa, y
Simón, sumo sacerdote y comandante de los ejércitos judíos, fundó la dinastía asmonea.
La autonomía judía se mantuvo hasta el año 63
a. C., cuando el general romano Pompeyo capturó Jerusalén y sometió todo el
reino al dominio de Roma. La dinastía Asmonea se mantuvo hasta el 37 a. C.,
cuando el idumeo Herodes el Grande se convirtió, de facto, en rey de Jerusalén.
Este hombre, al parecer
nacido para el mal, no podía ser bien
querido por los judíos, porque era un extraño, y además representaba al invasor. Su paso hacia el poder fue producto de la traición a los
macabeos, y su consolidación la fundamentó en el crimen.
No tuvo escrúpulo ni miramiento si de sus
intereses se trataba. Miles de judíos fueron asesinados por orden de este
individuo, incluyendo hermanos suyos, dos hijos, una de sus esposas y un cuñado.
El crimen iba
acompañado de la represión, espionaje, y sobre todo de la extorsión al pueblo a través de los
impuestos. Sin dejar de lado las
expropiaciones de bienes y la persecución a las familias adineradas.
Herodes estaba poseído del delirio de grandeza, ambicioso de
riquezas y de poder, sólo veía límites ante el emperador romano, a quien mostraba sumisión. Pero pretendía extender su dominio a toda el Asia y llegó a proponerse como el mesías que esperaban los judíos.
Al nacer Jesús, los
judíos esperaban un salvador, un liberador, que obviamente habría de tener la
decisión de quitarle de encima a Herodes
y la dominación romana. Es decir, el mesías
había de asumir compromisos políticos.
Herodes murió en el año nueve de la era Cristiana, el reino fue dividido entre algunos de sus hijos. El imperio romano seguía dominando
Israel, el pueblo seguía
pagando muchos impuestos y pagando
con su vida la protesta.
Cuatro organizaciones político-religiosas incidían en el ambiente,
diferentes en sus respectivas líneas de pensamiento y de acción. Estos grupos
eran: celotes, esenios, fariseos y
saduceos.
Joseph Klausner,
historiador nacido en Rusia, especialista en estudios semíticos, en su libro “Jesús de Nazaret, su vida, su
época, sus enseñanzas”, detalla las características y las doctrinas de estos partidos.
Dice que los celotes
eran jóvenes entusiastas, incapaces de soportar el yugo del “reino de Edom”. Eran extremistas y activos.
Tenían mucho en común con los fariseos, pero los superaban en su celo por la
libertad. Eran buenos guerreros, aunque no podían combatir con el imperio.
Los esenios vivían
en aldeas y algunos en ciudades. Tenían moradas
comunes y una sociedad cerrada.
Sostenían la teoría de que las almas son
atraídas por el amor sensual, desde el éter sutil a este bajo
mundo, donde quedan encerrados como
en prisión… Juan el Bautista, por su manera de vivir, se tiene como muy cercano a esta secta.
Jesús no ha estado lejos de ellos. Y lo corrobora
su predicamento: “Mi reino no es de este mundo”. Los poderosos temían que fuera de este mundo
y el pueblo deseaba que lo fuera.
El más conocido de los
grupos citados es el de los fariseos,
sin duda por las frecuentes alusiones que hace a ellos Jesús, y que cuentan los Evangelios.
Procedían de la clase media, de gente ilustrada, muy ceñidos a la ley de
Moisés, aunque despreocupados de otros asuntos.
Jesús
los tipificó de hipócritas, que filtran un mosquito y se tragan el
camello. Los llamó sepulcros blanqueados, limpios por fuera y por dentro llenos
de podredumbre. Sin duda, que Jesús no era el hombre que ellos esperaban.
El partido de los saduceos toma su nombre de la casa de
Sadoc. Estaba formado por las familias sacerdotales y las ricas. Era una
minoría aristocrática, de ahí que no tuviera
raíces profundas en la población.
En estas
circunstancias desarrolló su vida y su
ministerio el creador del cristianismo, Jesús de Nazaret.