14 de agosto de 2022

La larga y afortunada vida de Lauren Bacall, una leyenda con los pies en la tierra: de su affaire con Bogart (que terminó en boda), a su cariño por Judy Garland

 Este viernes se cumplen ocho años de la muerte de Lauren Bacall, la sirena de la gran pantalla. En su autobiografía, ella misma hizo un repaso de su carrera (y de sus romances con figuras como Humphrey Bogart y Frank Sinatra) haciendo alarde de su aguda perspicacia y astuto sentido del humor.

POR HADLEY HALL MEARES    -    Vanity Fair

Lauren Bacall, registrada como Betty Joan Perske al nacer, en 1924, tuvo una vida muy afortunada y era consciente de ello. En su autobiografía publicada en 1978, Por mí misma, reeditada con material adicional en 2005 con el título Por mí misma y un par de cosas más, la palabra "suerte" aparece con más frecuencia que ninguna otra.

En estas páginas, Bacall (retratada durante mucho tiempo como una diva difícil) narra su vida con un sentido del humor, curiosidad y gratitud que dista mucho de la gélida personalidad de gran dama que se le atribuyó. Sin olvidarse de su coqueteo con el político Adlai Stevenson o su amistad con todo tipo de celebridades, desde Robert Kennedy hasta Vivien Leigh, pasando por Nicole Kidman, Bacall relata su apasionante vida de forma honesta, emotiva y vulnerable, algo difícil de encontrar en cualquier autobiografía de una celebridad.

“Me doy cuenta de que he vivido mucho tiempo, pero sigue sin ser suficiente para mí”, decía la actriz en la reedición de 2005.

Una judía modélica

Bacall se crio en Nueva York con su madre trabajadora y divorciada, con quien tenía una fantástica relación, y un grupo muy estrecho de tías, tíos y una abuela de origen rumano. Su familia, repleta de abogados y secretarias de dirección, le inculcó cómo ser “una judía modélica”, pero Bacall siempre fue una soñadora ambiciosa que tuvo muy claro que lo que quería era estar sobre un escenario.

Cuando no estaba en sus clases de interpretación (donde salió durante un tiempo con el joven Kirk Douglas), la Bacall adolescente solía pasar su tiempo libre a las puertas de lugares emblemáticos de Broadway como el restaurante Sardi’s, vendiendo ejemplares de la revista Cue en un intento por conseguir conocer a algún productor. “Solía estar ahí fuera, parando a todo el mundo para que compraran mis productos. Me dejaba los ojos tratando de encontrar algún productor, actor o cualquiera reconocible que pudiese ayudarme a conseguir algún papel. Ahora que lo pienso no estaba bien de la cabeza y era bastante impertinente, lanzada y caradura”, narraba la actriz.

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En 1941, la chica desgarbada con los pies grandes se convirtió en una belleza exótica que llamó la atención de Diana Vreeland, la legendaria editora de Harper’s Bazaar (y posteriormente de Vogue). Tras viajar a St. Augustine para una sesión de foros, Vreeland se empeñó en colarse en un tren repleto de gente que se dirigía de vuelta a Nueva York. En su autobiografía, Bacall recuerda la situación disparatada en la que desencadenó aquello:

“Nuestro grupo subiéndose al tren, yo apoyándome en Diana por el bien de los mozos de estación, conductores y Dios sabe quién, interpretando la escena de la muerte de Camille, tratando de ser valiente, sintiendo que me desmayaba… y Diana diciéndome ‘Tranquila, querida… tómatelo con calma, tienes que descansar”. No fue la mejor de nuestras interpretaciones—las dos sobreactuamos”.

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