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8 de agosto de 2008

El arcoíris del Duey

Por Justiniano Estévez Aristy
Amores célebres, Fiordaliza y Balaguer, libro en versos del prestigioso abogado Higüeyano Antonio Cedeño Cedano –Macho-, alcanza, en lo que aletea un colibrí, una segunda edición, ampliado con varias odas y otros toques de manos puras que nos deslumbran por su originalidad.
En ambos casos, la trinchera poética donde la poesía se coloca sobre la cúspide de las montañas, disparando al misterio, a lo ignoto y a todo lo metafísico, es desechada de cuajo por este portalira fecundo del Duey y de las guáyigas, del Sanate y del casabí, de San Rafael del Yuma y de las hayacas, de las bataholas y de los inolvidables atardeceres.
El portalira Cedeño prefiere la zona metafórica de las palabras desnudas, llanas, con olor a arepa de borra y a café colao, con sabor a pan de maíz y jalao, con perfume de cayenas y de caimitos tropicales.
Esta es una poesía dulce como la jalea de la paila hirviente, para que la disfrute todo el mundo lamiéndose los dedos sin ningún rubor moral ni reglas de mesas finas. Su virtud, por ende, radica en la comprensión. Es una construcción poética didáctica, pero impartida en un aula al aire libre, ante pies descalzos y camisas raídas. Es, de paso, histórica, pero contada en el patio de los compadres respetables y respetados, en espera del café recién colado, cuyos duendes aromáticos sacaba del jarro tiznado, varias leñas encendidas en la conformación del fogón vespertino, donde husmeaba la vida sana.
Macho Cedeño es un poeta macho en el sentido literal de la palabra, no por su hombría puesta a prueba y que nadie, al fin, discute, sino porque todo lo que deviene de su producción poética es tan de patio tropical, tan de conversaciones viejas bajo las galería de tablas, tan de sueños doblados en hamacas, tan de yaniquecas y concón mojado por el mal hábito meridiano, tan de baño de cundeamor, de té de apasote y de pencas de sábilas en las entradas de las casas, para ahuyentar los malos espíritus y atraer la buena suerte.
Este macho poeta, surgido de la tierra de los manantiales, nació al parecer, cuando la luna estaba llena y los dioses jugaban con el destino a que lo perseguían la bondad, para convertirlo luego en un versificador madurado como aquella pulpa reventada de olores por el sol y la intemperie.
El toque poético de sus manos, con la magia de los ensalmes del camino, ha puesto a conversar a los muertos, a murmurar los fantasmas, a discursar a los duendes, a secretear a los zorongos.
Creo, a pie juntillas, que su mayor sortilegio radica en que este libro, de cabo a rabo, con ciertas bocanadas místicas, es un rescate valioso y oportuno de historias olvidadas, de tradiciones perdidas, de gestos engavetados, de pasos demolidos, de palabras sin sonido a las que por su voz, plasmada en el papel ocho y medio por once, con el barro de los hornos antiguos, ha dado fisonomía autentica para que el tímpano tan desorientado de las presentes generaciones, alcance plena sus revelaciones atávicas.
Este Zacatecas de sombras pasadas, este arqueólogo telúrico de penumbras antiguas, este memorable escudriñador del ADN de los amores celebres y otros asuntos del alma y del azar, ha entendido, con la publicación de este libro, que la mejor manera de burlar la amnesia del siglo es empezando por divulgar, como lo hace con maestría y pasión, el abecedario antiguo de cuando Cuca bailaba la maricutana, compadre Pedro Juan saboreaba el jaleo y nadie se atrevía a bailar la agarradera, por la experiencia de la vieja que lo hizo y acabo derrengada, probablemente de tanto moverse.
Aquellos poetas del verbo suprahumano, de las palabras encumbradas en los balcones insondables, reciben de Macho Cedeño un boche bajo cielo caribe, porque todas sus odas no son mas que la coloración de un arco iris primitivo, donde se conjugan los colores del bosque y de las aguas, pero que muere, lo que nos obliga a aplaudirle de pies, en el charco de uno de nuestros mas preciados ríos, solo para contemplarle perplejos y silentes, porque ir hasta donde descansa todo su esplendor sagrado, significa morir, como en la leyenda de campo adentro, electrificado por la belleza pura.

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