JOSÉ TIBERIO
Así,
en el anuncio de una tanda especial de un importante restaurante.
TODO
LO QUE USTED
PUEDA COMERSE.
Por supuesto, muchos observarán los precios y el tipo de carne o pescado
que se ofrece. Y si son de su gusto y posibilidades, pues encantados de ir y,
COMERSE TODO LO QUE PUEDAN.
Bueno, y yo puedo decir, ¿qué hay
de malo en eso?
Y,
ciertamente, por parte alguna le veo al asunto la maldad.
Y
es corriente ver en algunas casas donde han invitado a uno a comer, a la señora
de la casa muy empeñada en que uno coma mucho del manjar que ella ha preparado.
“Sírvase otra vez”.
Tampoco veo nada de malo en esta costumbre. Pero, yo tengo también mis
costumbres.
Y
una de ellas, en mí no muy vieja costumbre y que rompe un poco con la etiqueta
de la buena mesa, si podemos decirlo así, es que yo me sirvo en el plato TODO
LO QUE VOY A COMER. Lo veo, lo mido, lo
calculo.
Aprecio que esa cantidad y calidad es lo que
yo estimo necesario para mi necesidad nutritiva. Y allá va eso, me lo como.
Despacio, y muchas veces con su vino tinto. Mejor si es Rioja.
Y que conste, y a mis largos años, he comprobado que este método me
ayuda a mantener el peso, favorece una mejor digestión de los alimentos, y
contribuye en cuanto a uno caer mas fácil en el sueño.
Pero, mi amigo que ha querido leer esta descarga mía, echará de menos
dos palabras: apetito y sabores.
Sobre el apetito, diré que en mi casa teníamos unos horarios algo
rígidos con las comidas: a las doce del mediodía, almuerzo. A las seis de la
tarde, cena. Y desde entonces a mí nunca se me ocurre, a esas horas, pensar si
tengo o no tengo apetito. Sencillamente me siento a la mesa y como.
En cuanto a los sabores no digo mucho, pues hay aquí un asunto de
gustos. Pero, cuidado con algunos “inventos”.
Un abrazo,
Tiberio