Por Justiniano Estévez Aristy
Jorge Luis Borges
recomendaba una sociedad donde el Estado fuera débil, pero que el individuo
fuese fuerte. Nelson Mandela pudo y José Martí, también. Durante mucho tiempo,
la filosofía trataba de entender al mundo. La filosofía marxista, en cambio,
intentó transformarlo.
Ahora veo con tanta
pena cómo en muchos lugares de América Latina se incuba un nuevo tipo de
intelectual: el que trata sin rubor de ajustarse a la realidad, asimilándola
como irremediable, ineludible, absoluta. Salirse del carril
cotidiano, es el pilar fundamental en el que se debe erigir el oficio
intelectual. Inmediatamente un letrado deja de cuestionar el estatus quo que
impera, pasa de ser fruta jugosa a convertirse en tayota hervida sin sal y sin
condimentos.
La palabra y la acción,
tiene que ir cogidas de las manos. Se ha predicado durante mucho tiempo la
tesis del autor del Origen de las especies, que reseña que La especie que no se
adapta, sucumbe. Otros señalan que cuando la teoría choca con la realidad, la
realidad se impone. Toda regla tiene su
excepción, de lo contrario no es regla, me decía mi abuelo José Aristy, hermano
de Ramón Marrero Aristy. El mundo intelectual, es el contrapeso, siempre una
aspiración a la excelencia, que no es en modo alguno un territorio para la
alucinación ni cosa por el estilo.
Las cosas son, pero en
la generalidad de los casos, no deben ser. La misión del hombre crítico es
cuestionar, independientemente de que solucione o no. Con sus transgresiones
intelectuales, cumple su rol y punto. Los intelectuales
derrotados por la realidad y su oprobiosa necesidad de aplausos, nombradía
gubernamental, dinero, techo, finca y lujosos vehículos, están llamados a saber
que no es necesario la sumisión para alcanzar tales desparpajos materiales, ya
que los ejemplos sobran de aquellos que se han desvinculado de la mendicidad
administrativa y han podido sobrevivir con honor, sin el lastre de los labios
sellados.
! Cuidado! ya ha
aparecido un libro que habla sobre escritores delincuentes. Afortunadamente, el
juicio histórico toma muy en cuenta los últimos pasos del escritor. La sociedad
reclama el buen ejemplo de un escritor que renuncie a la hidalguía estatal,
lanzando críticas ejemplares contra su empleador-manipulador.
Existe en Para nacer he
nacido un memorable YO ACUSO del bate ecuménico de Pablo Neruda que no tiene
desperdicios. El intelectual debe acusar siempre al sistema, al Estado y al
Partido político que lo usufructúa, en desmedro de todos. Siempre es tiempo de
que la luz se separe de las tinieblas, pues una cosa es la sombra y otra el
rayo que todo ilumina.
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