Por Miguel Rone
Fue
una tarde como otra cualquiera en un Santiago que nunca viví, el candente sol
hacia chirrear las piedras de aquella calle y no era para menos, mas adelante
se veían las lonas que se usan en los velorios de nuestros barrios.
Ya
comenzaba a desfallecer, pensaba si mejor no sería devolverse y me dije yo,
antes era valiente, porque ahora no puedo sacar fuerzas y serlo por una vez
mas.
Llegue
hasta la escalinata de la casa donde se velaba el cadáver de mi nieto, mudo
pase entre las personas presentes, hasta llegar al ataúd.
Ahí
vi el rostro serio y sin respirar de bladi, pero algo sucedió como que el cadáver
estaba impregnado de cebolla, pues la cantidad de lagrimas que afloraron me
mojaron todo el rostro, casi me ahoga el llanto contenido, (Para aparentar
fortaleza). Sentí que todo se me derrumbaba a mis pies, temía caer delante de
tanta gente, mi niño, sustituto que vendría a ocupar el espacio de mi hijo
muerto, ese día, fatal día, en que su pequeña maletita quedaba organizada para
partir para donde Papá (su abuelo que era yo).
Unos
brazos impidieron la caída y el esfuerzo inaudito de no pasar esta vergüenza,
era una hija que me dijo tiene mucho tiempo ante el cadáver camine a sentarse.
Vi
en rostro de Bladi la dulzura con que siempre me trato, un rostro de Ángel,
acostado en un sarcófago que mas que un ataúd parecía la nave espacial que lo conduciría
a un lugar remoto de misteriosa existencia.
Un
Ángel, si, podemos decirlo así ya que nuestra cultura comienza con estas enseñanzas
Mitológicas, un serafín que dormía, como dormía en el regazo de su madre cuando
era pequeño.
Tenía
una gorra que siempre uso como cuando era deportista. Bladimir, así le llamábamos,
Miguel (Como su abuelo), era su primer nombre. Era un dolor en que toda su
familia hasta el que no le conocía embargaba.
Adiós
mi campeón, adiós sueños, si, sueños pues tanto el como quien escribe teníamos sueños;
trabajar, ir a la universidad y sobre todo ayudar a Mamá.
Solo
la muerte podía acabar con estos sueños, solo un accidente de tránsito podía trastornar
nuestra suerte. Adiós Bladi, es lo único que me que para decirte, no para
siempre, pues siempre te recordare.
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