El Cañero

2 de mayo de 2010

Violencia contra los jóvenes: dos en una…Basta ya.

Matías Bosch, matias.bosch@gmail.com

Acabábamos de publicar el miércoles pasado nuestro escrito “Sagrario, Abril y la violencia juvenil”. Para el día jueves, convocamos a las 5 de la tarde en el nuevo parque Juan Bosch de Mata Hambre en esta ciudad, a leer colectivamente la Constitución de 1963, en su cumpleaños 47. Llegamos allí con una ofrenda floral, libros en las manos y el coro de niños de la Escuela Libre Juan Bosch del barrio Capotillo. Entre los lectores, médicos, cantantes, estudiantes, integrantes de talleres literarios.

Las razones para juntarnos sobran. Aquella es la Constitución gestada bajo el gobierno de Juan Bosch y la “revolución democrática”. Es heredera de las luchas contra la tiranía, y más allá, de la Independencia y la Restauración que buscaron una nación libre y justa para sus hijos e hijas. Heredera de las Mirabal, de la resistencia de Manolo, inspiración de la Revolución de Abril y sus próceres; motivo de muchos y muchas para haber seguido creyendo en que aquel sueño es posible. En definitiva, un acto patriótico.

El parque es una obra reciente de la actual alcaldía del Distrito Nacional, gobernada desde 2002 por el Partido de la Liberación Dominicana, fundado por Juan Bosch en 1973. Está enclavado en un sector residencial de bajos ingresos, conectado con la zona universitaria de la capital. Es una bella obra que dignifica a su entorno y da espacios y equipamientos para la socialización de niños y jóvenes. Lo identifica un busto de Bosch que reza una de sus frases: “yo pido para el pueblo el aplauso que estaban pensando dedicarme a mí”.

Pero parece ser (y qué interesante) que esa Constitución que proclama el respeto irrestricto a los derechos humanos, sociales, civiles y políticos; que instituye la supeditación de los poderes públicos a la voluntad popular, sigue siendo subversiva en su espíritu. No nos esperábamos que en medio de ese parque, en pleno uso de nuestros derechos ciudadanos, con los propósitos mencionados, y con la Constitución más democrática de la historia republicana en las manos, fuéramos encarados por dos militares y un policía municipal a exigirnos autorización para estar en lo que estábamos.

No una, sino tres veces, militares (no policías) en abierta usurpación de funciones nos pidieron garantías de que no pretendíamos alterar el orden ni violar la ley (curiosa forma de ejercer la justicia preventiva) y sólo pudimos ejercer libremente nuestros derechos luego de que el Coronel y héroe de Abril Lorenzo Sención fuera compelido a hablar telefónicamente con un ignoto tercer militar (el “superior”), personaje que –sepa usted- tiene en sus manos la decisión de qué se hace o no en un parque público de esta ciudad. Los subalternos que nos asediaban quedaron con la instrucción de permitirnos actuar en paz, pero se iban a “quedar cerca”.

La estupefacción no se nos ha pasado del todo cuando nos enteramos de que ayer viernes, los estudiantes de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, Airón Fernández y Octavio Peña han sido maltratados y reprimidos de manera injustificable por miembros de la Policía Nacional, después de cometer el imperdonable pecado de anunciar una protesta pública contra el contrato que permitirá a la mal afamada minera transnacional Barrick Gold instalarse en el país a extraer el oro de Pueblo Viejo, Cotuí.

Estos jóvenes no sólo no han cometido delito alguno, sino que actuaron en todo momento respetando el orden público y sus custodios. Lo que reciben no es sólo el impedimento a ejercer sus derechos fundamentales: un agente policial usó su arma de reglamento golpeando la cabeza de uno de los estudiantes, ocasionándole una herida por la que fue remitido al hospital. Según las informaciones que tenemos, mientras se trasladaban al centro médico procurando atención, varios agentes de la PN los llevaron detenidos al destacamento del Ensanche Naco donde permanecían todavía en la madrugada de hoy. Bonita manera de llegar a Abril 45 años después.

En una sola semana, van dos. En nuestro artículo mencionado al inicio, decíamos que a casi cuatro décadas del asesinato de Sagrario Díaz “la violencia se ha diseminado como experiencia cotidiana, como una enfermedad en fase de metástasis” y que, por el contrario, se necesita “la solidaridad que abraza, el culto al ser humano como normas éticas para construir una sociedad sana, donde los jóvenes cosechen los valores e ideales en la creación de su presente”. Para dejar atrás la violencia, es imprescindible que esa violencia y la falta de respeto a las leyes dejen de ser la cultura que se le impone a la juventud, y que las instituciones encargadas del orden y la defensa se ganen la confianza de la ciudadanía protegiendo sus intereses con transparencia, no atentando contra ellos quedando a oscuras la razón.

La mano dura, el desorden y la negación de derechos esenciales no es lo que hace falta, es lo que ha sobrado por muchos años. Es la herencia de un trujillismo social que no se ha derrotado, aunque se ajusticiara al tirano. Que como dijo Bosch, cese el miedo de los soldados al pueblo y del pueblo a los soldados. “Hay que matar el miedo”. No más represión. Basta ya.

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