El nuevo diseñador de Valentino es un apasionado de la ciudad en la que nació, creció y encuentra la inspiración que necesita para sus colecciones, en las que nunca faltan alusiones a la mitología, la historia y el arte. “Roma te hechiza. Acoge a todo el mundo de forma caótica”, ha declarado.
POR PALOMA SIMÓN Vanity Fair
La dolce vita romana de Alessandro Michele en un palazzo con tres perros y su pareja de toda la vida. © FABIO LOVINO /VALENTINO
Las vespas callejeando a toda
velocidad, los puestos de souvenirs con calendarios de curas tan apuestos como
improbables, las trattorias con manteles a cuadros, las hordas de turistas y
Alessandro Michele tomando un espresso en Sant’Eustachio. Con su aspecto de
Mesías en vaqueros y mocasines clásicos de Gucci –la marca en la que brilló
durante 20 años, los últimos 17 como director creativo–, el nuevo diseñador de
Valentino se ha convertido en una de las estampas más reconocibles de Roma,
hasta el punto de no poder ir a su mercado callejero favorito, el de Campo de’
Fiori –donde los dueños de los puestos de frutas y verduras lo llaman por su
nombre– salvo de incógnito, con gorra de béisbol y gafas de sol. “Roma te
hechiza. Acoge a todo el mundo de forma caótica”, declaró recientemente a Vogue
en un extenso reportaje en su residencia en la capital italiana, el Palazzo
Scapucci, que comparte con su novio desde 2005, el profesor de Urbanismo en la
Universidad de La Sapienza Giovanni Attili, y sus tres perros: dos boston
terrier llamados Bosco y Orson y un chihuahua, Víctor, que, tal y como se puede
comprobar en su cuenta de Instagram tienen permiso para dormitar sobre las
alfombras de Aubusson tan queridas por su dueño y sestear sobre sus sofás de
terciopelo, entre cojines de petit-point.
Y es que como cualquiera de
nosotros Alessandro Michele desayuna una tostada –preferiblemente de jamón y
queso, a la que suele añadir miel de su finca en el campo siempre que tiene
ocasión– un espresso y un vaso de agua con limón. La diferencia es que él lo
hace en una cocina “inundada por el sol de Roma” que cae sobre “la preciosa
colección de porcelana de Delft y estanterías antiguas de madera y cristal” del
diseñador. Su estancia preferida es el vestidor -o aposento, como él prefiere
llamarlo- con bañera, balaustrada y puertas tapizadas con tejidos estampados
que él mismo se ha ocupado de diseñar, aunque reconoce que la más bonita es sin
duda la Torre del Mono, una edificación medieval que debe su nombre a una
leyenda local: los dueños del palacio en el XVI, los Scapucci, tenían un mono
como mascota que, celoso ante el nacimiento de su primogénita, agarró al bebé y
escaló la torre. Solo un milagro de la Virgen María permitió que la criatura
saliese ilesa del trance, por lo que desde entonces siempre hay una luz
encendida en lo alto.
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