7 de noviembre de 2022

El dilema de la energía nuclear: nuestra dependencia actual y qué pasaría si prescindimos de ella

 POR VANITY FAIR


Ignacio Araluce, presidente de Foro Nuclear —representantes de la industria nuclear española—, aplaudía la decisión de proteger la energía atómica “como fuente que no emite CO2 y que ofrece estabilidad energética, más aún en un momento estratégico de problemas con los combustibles fósiles”. Pero la asociación tampoco estaba convencida de que ese voto fuese a cambiar la situación, en España o en el resto de Europa.

Dos semanas después, el homologo europeo de Araluce, Yves Desbazeille, director general de European Atomic Forum (Foratom), estallaba contra las recomendaciones de la Comisión Europea para el invierno, que no incluían a la nuclear. “La dependencia europea de combustibles fósiles no es buena para el clima, para la seguridad del suministro ni para los precios de la energía. Y, sin embargo, la Comisión ha decidido otra vez evitar incluir a la nuclear en sus recomendaciones, únicamente por oposición ideológica. Es una bofetada en la cara de los que sufrirán esta crisis”.

“La energía nuclear es marginal en el mundo”, nos cuenta Florent Marcellesi, coportavoz de Verdes Equo y exeurodiputado de Los Verdes. “Y no nos permite en absoluto ganar independencia y seguridad energética. Pocos españoles lo saben, pero la mayoría del uranio que usamos en España proviene de la Rusia de Putin”. Para ser exactos, cerca del 40% del uranio de nuestras centrales tiene origen ruso (Suecia también comparte dependencia), un posible problema en los tiempos venideros. Y el futuro no es excesivamente halagüeño para el parque nuclear en nuestro continente. Actualmente, solo 13 países de la Unión cuentan con producción energética atómica. De ellos, uno suma más centrales que los otros 12 juntos, Francia. Sus 56 reactores, cuya proliferación se inició́ con el gusto de De Gaulle por lo atómico, siempre se ponen de ejemplo de las ventajas que trae la apuesta por lo nuclear. Y, sin embargo, a la hora de escribir estas líneas, a principios de octubre, el precio de la electricidad en Francia es bastante superior al de España: 272 euros frente a 154. Desde que se aprobó́ la llamada excepción ibérica —que la presidenta de la Comisión, Úrsula von der Leyen, planea extender al resto de los 27—, el precio de la luz en España y Portugal (que no cuenta con centrales productoras) ha sido sensiblemente inferior al francés.

El ejemplo galo también expone otros problemas de la nuclear: de sus 56 reactores, cerca de la mitad han estado parados en los últimos meses. Algunos por su longevidad y el mantenimiento que requieren, y otros porque durante la ola de calor de verano era imposible operarlos. En Francia también tenemos otro de los ejemplos de por qué́ el mundo no está plagado de reactores, y la respuesta no es —no solo— la seguridad o el miedo atómico. Es el dinero.

Flamanville 3 iba a ser el nuevo orgullo francés: un reactor de 1.600 Mw/h, tecnología innovadora (EPR, siglas de Reactores Presurizados Europeos) y punta de lanza de al menos otros seis reactores similares, previstos hasta 2050. Iba a costar 3.300 millones de euros y entrar en funcionamiento... en 2012. Diez años y 19.100 millones de euros después, el reactor sigue sin estar operativo, y no se le espera hasta bien entrado 2023. La ministra francesa de Transición energética, Agnes PannierRunacher, defendía recientemente en la radio Europe 1 que dicho sobrecoste les había permitido “aprender” y que los próximos reactores, “para garantizar la independencia energética francesa”, no tendrían tantos problemas. De todos modos, indicó, ninguno podría estar listo “antes de 2035”.

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