POR VANITY FAIR
Dos semanas después,
el homologo europeo de Araluce, Yves Desbazeille, director general de European
Atomic Forum (Foratom), estallaba contra las recomendaciones de la Comisión
Europea para el invierno, que no incluían a la nuclear. “La dependencia europea
de combustibles fósiles no es buena para el clima, para la seguridad del suministro
ni para los precios de la energía. Y, sin embargo, la Comisión ha decidido otra
vez evitar incluir a la nuclear en sus recomendaciones, únicamente por oposición
ideológica. Es una bofetada en la cara de los que sufrirán esta crisis”.
“La energía
nuclear es marginal en el mundo”, nos cuenta Florent Marcellesi, coportavoz de
Verdes Equo y exeurodiputado de Los Verdes. “Y no nos permite en absoluto ganar
independencia y seguridad energética. Pocos españoles lo saben, pero la mayoría
del uranio que usamos en España proviene de la Rusia de Putin”. Para ser
exactos, cerca del 40% del uranio de nuestras centrales tiene origen ruso
(Suecia también comparte dependencia), un posible problema en los tiempos
venideros. Y el futuro no es excesivamente halagüeño para el parque nuclear en
nuestro continente. Actualmente, solo 13 países de la Unión cuentan con producción
energética atómica. De ellos, uno suma más centrales que los otros 12 juntos,
Francia. Sus 56 reactores, cuya proliferación se inició́ con el gusto de De
Gaulle por lo atómico, siempre se ponen de ejemplo de las ventajas que trae la
apuesta por lo nuclear. Y, sin embargo, a la hora de escribir estas líneas, a
principios de octubre, el precio de la electricidad en Francia es bastante
superior al de España: 272 euros frente a 154. Desde que se aprobó́ la llamada excepción
ibérica —que la presidenta de la Comisión, Úrsula von der Leyen, planea
extender al resto de los 27—, el precio de la luz en España y Portugal (que no
cuenta con centrales productoras) ha sido sensiblemente inferior al francés.
El ejemplo galo también
expone otros problemas de la nuclear: de sus 56 reactores, cerca de la mitad
han estado parados en los últimos meses. Algunos por su longevidad y el
mantenimiento que requieren, y otros porque durante la ola de calor de verano
era imposible operarlos. En Francia también tenemos otro de los ejemplos de por
qué́ el mundo no está plagado de reactores, y la respuesta no es —no solo— la
seguridad o el miedo atómico. Es el dinero.
Flamanville 3 iba
a ser el nuevo orgullo francés: un reactor de 1.600 Mw/h, tecnología
innovadora (EPR, siglas de Reactores Presurizados Europeos) y punta de lanza de
al menos otros seis reactores similares, previstos hasta 2050. Iba a costar
3.300 millones de euros y entrar en funcionamiento... en 2012. Diez años y
19.100 millones de euros después, el reactor sigue sin estar operativo, y no se
le espera hasta bien entrado 2023. La ministra francesa de Transición
energética, Agnes PannierRunacher, defendía recientemente en la radio Europe 1
que dicho sobrecoste les había permitido “aprender” y que los próximos
reactores, “para garantizar la independencia energética francesa”, no
tendrían tantos problemas. De todos modos, indicó, ninguno podría estar listo
“antes de 2035”.
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