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8 de febrero de 2022

Rosalía: la gata sobre el asfalto cultural caliente

 La imagen que define la reaparición discográfica de la artista catalana con 'Motomami' no es nueva, o no tanto, solo una vuelta de tuerca estilística extrema para reforzar su mensaje: cambiar, transformarse, está bien; permanecer fiel a tus ideales, es aún mejor.

POR RAFA RODRÍGUEZ - Vanity Fair


Motomami nekomimi. La motera chula y felina. Un poco 'supervixen', un poco gatita. El choque definitivo entre la subcultura urbana latina y la 'otaku' nipona. Cierto, reguetón y manga/anime, ya estaba pasando ('Thinkin' y 'Yonaguni' de Bad Bunny, por ejemplo). Pero, de una manera u otra, tenía que ser Rosalía quien le diera al fin carta de naturaleza. Veníamos avisados, al menos desde hace un año largo: el motocross y los caballitos (¡"Mira, Rauw, sin manos!") en algún lugar de Florida; el neko-casco, el moodboard con viñetas de Evangelion y la oda al porno japonés en las redes sociales. Como Miami, lo confirmó a principios de esta semana la portada del que será su tercer álbum, hecha una Venus de los tubarros que ni dibujada por Ai Yazawa. Y ahora que hemos visto y oído al completo Saoko, pues sí que ya estaría.

La segunda tonada que adelanta Motomami –a la venta el próximo 18 de marzo, si nada se tuerce– pasa como una exhalación, poco más de dos minutos de chorreo electro, la línea de bajo reguetonera saturadísima, irresistible (y un gozoso puente que es como un eco de Eddie Palmieri tocando el piano durante la grabación del legendario The Sun of Latin Music en los estudios Electric Lady). "Saoko, papi, Saoko", interpela reverencial Rosalía al principio. En el videoclip, aparece manejándose como la encargada de una estación de servicio, hasta que se revela líder de una suerte de pandilleras bosozuku. De repente, es la Tura Satana de Faster, Pussycat! Kill!... Kill!, pero con motos en vez de coches y coletas de colegiala a lo Sailor Moon. La estética, en realidad, la (re)conocemos: el extrarradio, el parkineo, a ella le gusta la gasolina. También la ética: el compromiso de clase, la sororidad de la girl gang (inclusiva), la sexualidad asertiva. La prenda estrella de la función es la camiseta blanca cut out, básicamente porque se trata de una pieza de archivo de Jean Paul Gaultier, colección primavera/verano 2010. Del resto no hay, de momento, noticias, aunque se supone aconsejado por Samantha Burkhart, estilista de cabecera de la catalana desde que se junta con Billie Eillish.

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Y luego están los cascos, claro. Los neko-helmets, como el de la protagonista descabezada de DunRaRaRa!!, el manga de Ryogo Narita. Humanizar las orejas de gato, que es la traducción literal de nekomimi, es una tradición de largo recorrido en el folclore japonés, cuyos mitos también han encontrado eco en la cultura de la historieta del país. Precisamente en tributo a ella, la empresa rusa Nitrinos Motostudio lanzó este tipo de casco gatuno en 2011, que fabrica a medida en fibra de vidrio lacada a partir de poco más de 500 euros. Los últimos modelos incorporan hasta luces LED. Sabiendo que Saoko se rodó en Kiev (el año pasado, obvio), su aparición en el videoclip, junto a otras variedades como el casco con extensiones/coletas, no tiene pérdida. Alguno debió de traerse la artista como souvenir, porque que ya la habíamos visto fardar de él en sus redes sociales. En el vídeo, por cierto, Rosalía y compañía también aparecen acariciando lindos gatitos. Faster, pussycat!, se pilla rápido.

Hay subtexto para dar y tomar en Saoko. El collar de perlas de Vivienne (sic), glosado en el primer verso, no es otro que la emblemática gargantilla de Vivienne Westwood lanzada en 1987. Con el logo-orbe de cristal de la diseñadora británica en el centro, la pieza era el accesorio favorito de la heroína punk de Nana (2000-2009), manga/anime de culto de Ai Yazawa redescubierto por la muchachada centenial el año pasado. Eso, y que Bella Hadid, Dua Lipa o Janelle Monáe recuperaran a su vez la 'choker' para lucirse en diversos eventos, desencadenó el fenómeno viral conocido como El collar de TikTok. Lo de "Como Sex Siren, yo me transformo" en el estribillo tiene más chicha: se trata de una categoría de la cultura ballroom en la que se compite por ver quién posee mayor atractivo sexual y poder de seducción. La de las sirenas del voguing es una narrativa sobre la reapropiación del espacio de placer y erotismo femeninos definido y controlado históricamente por el hombre, un discurso afín al de la cantante al menos desde El mal querer (2018). Entonces, la portada la mostraba como una aparición mariana, el resplandor emanando de la entrepierna. Junto al artista visual Filip Custic, Rosalía desarrolló toda una iconografía alrededor de la deconstrucción de cierta feminidad impuesta (la novia, la esposa, la madre), que ahora vuelve a desafiar.

No, Rosalía no ha cambiado a pesar del elogio a la transformación que se escucha en su flamante tema. Cambiar para que nada cambie, que decía Lampedusa en El gatopardo. La Rosalía jicha de luxe de Aute Cuture es la Rosalía con refinada altura de la gala del Met sublimada por Rick Owens es la Rosalía de entusiasmarse con marcas surcoreanas ignotas es la Rosalía que ceba las revistas con vestido de margaritas grunge de Marc Jacobs... Lo recita en Saoko: "Sé quién soy, a donde voy nunca se me olvida". Así se evitan los derrapes.

 

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