Primero, porque era evidente, lugar común, casi verdad de Perogrullo.
También, y sobre todo, porque esas cosas se pensaban y a lo sumo se comentaban por lo bajo pero que no convenía decirlas públicamente: no era políticamente correcto.
No me parece que se tenga razón, y diré por qué, después que les diga de qué se trata eso que me han pedido que no diga.
Es esto: Que no está en los cálculos ni en los presupuestos del PLD la más remota posibilidad de perder el gobierno en el 2016. No es que la cúpula de ese partido crea que es imposible perder sino que está decidido –ellos decidieron-  que debe ser imposible.  Que ni Dios que baje del cielo.
Tal determinación se alimenta de dos factores. El primero y primario es lo que me atrevo a llamar apego absoluto al ejercicio del poder. Lo cual se combina con la disponibilidad de medios. Disponibilidad de dos tipos, unos objetivos –control de los mecanismos del Estado—, y otros subjetivos  –ausencia total de escrúpulos para el uso de esos recursos.
Desde el siglo pasado, tres proyectos políticos hicieron de apego absoluto al poder parte indisoluble de su naturaleza. El primero fue la tiranía trujillista, el balaguerismo es el segundo y ahora es el Partido de la Liberación Dominicana. En ninguno de ellos perder el poder era, subjetivamente, una opción para sus personeros, y de alguna manera parte de la población, incluido muchos de los adversarios, llegó o ha llegado a proyectar resignada tales gobierno hacia un rumbo parecido a la eternidad.
El apego absoluto al control de Estado no puede menos que generar algún nivel de paranoia. Se pensará por supuesto en la posibilidad de dejar de ser  gobierno pero solo como catástrofe, como Armagedón que nunca, y  bajo ningún concepto, deberá ocurrir.
Semejante sicología marcará el ejercicio mismo del gobierno. La propia noción de buen gobierno –cualquiera sea la idea particular que se tuviera de “buen gobierno”—acaba por perder sentido: será sustituida por la pragmática noción de acciones que evitan perder el gobierno, o, en positivo, acciones que  afianzan “nuestro” control. Es más, centrarse en hacer buen gobierno puede conllevar riesgos que no es menester correr, cuando por ejemplo se cae en la “torpeza” de enfrentar intereses que bien pudieran estar de nuestro lado. Gobernar en la lógica de mantener o afianzar controles es, entre otras cosas, no andar cayendo en “debilidades” morales.
Que el PLD encaja en esta lógica es autoevidente. Por lo demás, no parece hacer mayores esfuerzos por disimularlo. Se ha dedicado a hacerse de los medios, de los mecanismos que supone necesarios. Y ciertamente los controla, y de qué manera, sin prácticamente excepción. Y todo está sin ambages al servicio de su voluntad continuista: Presupuesto Público,  ministerios, poder “legislativo”, “Altas Cortes”, tarjetas de “Solidaridad”…
Pero no hay que olvidar que todo ha de confluir en las elecciones y que aquí sí que no hay lugar para permitirse fallo alguno: es el golpe culminante, el tiro de gracia, la estocada de remate que permitirá seguir montado sobre el lomo del país. Aclaro: no hablo solo el golpe puntual de mayo; a mediado de mayo de cada cuatro años ocurrirán suficientes actos bochornosos y groseros, de todos conocidos, que completan una larga cadena que conforma una imposición fraudulenta global que comenzó – continuó— cuatro años atrás: en el país tenemos un fraude electoral prorrateado en etapas y variedades.
No estoy en condiciones de apreciar cuál de los momentos generales resulta decisivo en la consumación de la imposición vía malas artes: si el propio día del sufragio o en los trescientos y tantos días anteriores. Lo que sí está claro es que la maquinaria puesta en funcionamiento ese día revela no estarse demasiado confiado en que todo lo anterior sean suficientes. Y ese día y en los inmediatamente anteriores hay que empeñarse a fondo en la compra o disuasión de votos, la compra de delegados, alteración de actas, votos que aparecerán sin sello o sin firma y todo lo demás de lo que saben los expertos.  La Junta terminará con lo que falte…
Todo esto se sabe, sí. Se denuncia en todas las elecciones y además ocurre casi en nuestras narices. Aun así, ¿es plausible pensar en derrotar electoralmente al actual partido de gobierno? No tengo dudas de que sí. No hay apego, por absoluto que se pretenda, que no sea también relativo, como lo muestra la historia. Pero actuar y pensar como si las nuestras fueran simples elecciones, como si fuera verdad todo lo que dicen imponer la Constitución y las leyes, es dar demasiada ventaja a quien ya tiene bastante. Las nuestras no son elecciones normales, ni siquiera paranormales: son un asalto al poder desde el poder.  Para ganar elecciones bajo esas condiciones hay que prepararse, entre otras cosas, para impedir que le asalten… La tarea no es fácil, pero es la única posibilidad.