Alexander Prieto Osorno |
Por Alexander Prieto Osorno
El hombre que responde al canto de la Ciguapa está perdido. Las ciguapas
poseen una belleza extraordinaria, cubren su desnudez con sus largas cabelleras,
son como sirenas en medio de los campos y la manera más rápida para
identificarlas es mirar a sus pies, pues los tienen al revés y dejan huellas
contrarias al rumbo que llevan. Ellas embrujan a los hombres con su hermosura,
sus ojos y su canto, los aman hasta la saciedad y luego los matan.
Salvo por sus pies invertidos, son mujeres de belleza perfecta. Los
dominicanos testifican que se trata de una raza muy antigua que vive en la isla
desde mucho antes de la llegada de los españoles. Tienen la piel morena, los
ojos negros y rasgados y una agilidad y gracia de movimientos que deja
embelesados a cuantos las han descubierto en las sierras. Nunca se les ha visto
hablar, pero sí emitir una suerte rara de aullidos suaves y musicales, cuya
sensualidad es imposible de resistir. Corren como liebres por los bosques y
saltan como pájaros entre las ramas de los árboles al advertir el paso de los
hombres y, a la menor ocasión, atacan con sus terribles armas de seducción.
La Ciguapa ha sido llevada a la literatura por numerosos narradores
dominicanos, desde Francisco Javier Angulo (Santo Domingo, 1816-1884) con su
cuento «La Ciguapa», hasta Leibi Ng (Santiago, 1954) con su libro Secreto de
monte, cuentos juveniles sobre ciguapas. Son personajes míticos inseparables de
la obra de Emelda Ramos (Salcedo, 1948) y del llamado «ciguapólogo por
excelencia», Manuel Mora Serrano (Pimentel, 1933), quien les dedica totalmente
su novela Goeíza.
Los dominicanos tienen muy viva esta leyenda y aseguran que las ciguapas
son hembras extrañas, salvajes y mágicas que habitan las montañas. Algunos
campesinos señalan que son pequeñas, de no más de un metro de alto, otros
indican que tienen el cuerpo cubierto de vellos muy finos, otros más afirman
que son altas, delgadas y de piernas largas, e incluso hay quien las describe
como «una especie muy bella de pájaros emplumados». Sin embargo, coinciden en
que son hermosísimas, salen de noche de sus escondites y se alimentan de aves,
peces y frutas. El gran peligro que entraña la Ciguapa radica en que es
rabiosamente enamoradiza y, en cuanto descubre un hombre en sus territorios, no
descansa hasta cazarlo, exprimirlo y matarlo.
Al parecer, el origen del mito de las ciguapas son las leyendas
aborígenes de los arahuacos antillanos, de los taínos y de los pueblos
precolombinos llegados a República Dominicana. El escritor Marcio Veloz
Maggiolo (Santo Domingo, 1936), en su búsqueda de las raíces de este mito,
encontró una versión de la Ciguapa en Brasil, con el nombre de (la o el)
«Curupí», un espíritu de la selva amazónica que tiene los pies al revés, que
fue descrito por un misionero español del siglo xvi y que bien puede ser el
ancestro de la ciguapa dominicana. Para ciertas tribus amazónicas, Curupí es un
macho, y para otras es una hembra, pero ante todo es un pequeño mago protector
de la fauna y la flora que recorre la manigua para castigar a los hombres que
molestan e indignan a los espíritus de la selva. Veloz Maggiolo halló también
en Paraguay a un ser de pies invertidos, llamado Curupa, que es referido por
los guaraníes como un enano de enorme y largo falo, con el cual enreda y atrapa
a las mujeres para poseerlas sexualmente y subyugarlas.