Por: Carlos Mejía Blanco.
Cuando Santa
decida repartir los regalos, ¿Que espera?, sabe que para cada hombre habrá uno,
aunque no conozca sus motivos, y las intenciones de sus pretensiones, aunque
este envuelto, sabe que el viento se arrastra, se lleva el polvo y lo desplaza
por los caminos del hombre, lo
desplaza por la estrechez de los
orificios, donde nace el agua, para ser depositada en una gran alcancía, como
si se perdiera descansa, en el gran cofre, que no pertenece a nadie, diseñado
para navegar, para meditar de día y de noche.
hay arboles
llenos de frutos, que nunca serán consumidos, es donde se desvela el tiempo
justo, que tiene hojas afiliadas y cada bocado produce sed inmensa, en cada
palabra, en cada desacuerdo, y en cada comentario desafueros. Se reúnen a
conversar, para decidir sobre predicaciones, sermones y se asignan las
sentencias.
hombres
altos, hombres chicos, de tez oscuras y blanca, con ganas de vivir, deciden el
futuro de los suyos, otros con semblantes de piedras, pero los corazones
aterciopelados, se arrastran como los gigantes taciturnos, en las madrugadas beben y brindan sueños,
rebuscando secretos, sinceridades, se hacen a la mar, en un gran esfuerzo para
darle sabor a sus vidas.
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