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17 de diciembre de 2024

Marisa Paredes, pensando en ti

 Conocí a Marisa admirándola, queriéndola, adorándola. Recuerdo que fui hasta en siete ocasiones a verla al Teatro Español. La misma obra, ‘El cojo de Inishmaan’. Al terminar, íbamos a charlar con ella y con Terele Pávez al camerino. “Hoy ni me hables”, me dijo una de las tardes con una sonrisa, se había equivocado en una línea. Algo totalmente imperceptible para el público, pero terrible para una Actriz.

Por Patricio Alvargonzález    Vanity Fair

Marisa Paredes, que ha fallecido hoy en Madrid a los 78 años, 
en una imagen de principios de los años 90Eric Robert/Getty Images

Llevaba una chaqueta de cuero negra y unos vaqueros cuando la conocí. Venía caminando por la calle Barquillo hacia el Pomme Sucré, donde habíamos quedado para tomar el té. La espalda de Becky del Páramo, los botines de Leo Macías, el humo de Huma Rojo. Existe alguna posibilidad por pequeña que sea de salvar los nuestro. Todos los personajes que había interpretado venían hacia mí, con paso firme y una enorme sonrisa. Porque todos sus personajes tenían algo de ella. Eso lo aprendí aquella primera vez.

—¿Quién era? —pregunta Chema Prado, su marido, al otro lado de la línea. Ella cree que ha colgado.

—Uno que dice que es mi mayor admirador.

“Dime que eres tú, porque por teléfono confundo los admiradores”, dice sorprendida al volver a escuchar mi voz y haciendo alarde de su fino sentido del humor, del bueno, del que siempre se percibe un matiz de mala leche. Marisa era la exégesis de la actriz. Entraba en escena (y en el supermercado) ahuecándose la melena con los dedos –ese gesto tan suyo– e iniciando cada frase con la afectación de María Guerrero. Pues de ella venía, del teatro, del puro teatro. “¡Tenemos que reivindicar El comprador de horas! ¡Mi primer prota y de puta francesa!”, me escribía, de pronto, un lunes. Y yo corría a la web de Televisión Española para verla en ese Estudio 1, como había hecho toda la vecindad aquella tarde de 1968 en la que su padre, Lucio, empezó a recibir enhorabuenas de sus congéneres, aceptando así, muy a su pesar, que su hija era Actriz. La hija de Petra, la portera, había tenido un éxito televisivo. Pedro Almodóvar, que además de un gran narrador es un mitómano fetichista, le regaló a Marisa el final de Tacones Lejanos, en la que su personaje, Becky del Páramo, regresaba del éxito para morir en la portería de su madre.

“Ayer vi El mundo sigue de nuevo. Hago dos secuencias. De criada, naturalmente, en la escena con Lina Canalejas destruida, currando en casa. Obra Maestra. La mejor del pelirrojo. Hay que verla de vez en cuando para saber de dónde venimos y por qué somos así”, esto me escribe otro jueves cualquiera. El pelirrojo era, por supuesto, Fernando Fernán Gómez y aquel uno de sus primeros papeles en cine. El primero se lo había dado Forqué en 091, policía al habla en 1960, ocho años antes de su éxito en Estudio 1. Se consagró sobre las tablas. De su relación con el director Antonio Isasi-Isasmendi fueron fruto un pequeño papel en la magnífica El perro y su hija María, actriz de cuna, a quien acudió a ver este pasado domingo al Teatro Español, su teatro, el mismo que acogerá mañana su capilla ardiente. “Mi nieta Thelma”, me envió las navidades pasadas, con una foto de una niña monísima tocando el piano, su gran amor, su debilidad.

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