Su marido, el príncipe Pablo de Grecia, se convirtió en el pretendiente al extinto trono del país tras la muerte de su padre, el rey Constantino II, el pasado año. Repasamos el joyero heleno a raíz del 56º cumpleaños de Marie-Chantal Miller este 17 de septiembre.
Por César Andrés Baciero Vanity
Fair
Marie-Chantal Miller y Pablo de Grecia en la cena del 40 aniversario del ascenso al trono de Margarita de Dinamarca. Getty
Poco antes de contraer matrimonio por amor con Constantino II de Grecia
el 18 de septiembre de 1964, la princesa Ana María de Dinamarca recibió de su
suegra, Federica de Hannover, los dos juegos de joyas de color de la escueta
lista de consortes helenas. La viuda de Pablo I de Grecia se reservó, para
“vestir el cargo” de reina madre, la diadema de diamantes de su tía abuela y
madre política, Sofía de Prusia. Tras la muerte del rey Constantino el pasado
año, la reina viuda Ana María es muy probable que le haya traspasado estas
alhajas a su nuera Marie-Chantal Miller, felizmente casada desde 1995 con el
príncipe Pablo, pretendiente al extinto trono griego desde el fallecimiento de
su padre.
El aderezo de rubíes y diamantes está compuesto por tocado, collar,
pendientes y un par de broches. Destaca el diseño de la tiara, inspirado en la
corona de rama de olivo (kotinos) que recibían como premio los vencedores de
los Juegos Olímpicos en la Antigüedad. Cuenta la leyenda que Jorge I de Grecia
(bisabuelo de Constantino) le felicitaba cada aniversario a su mujer, la gran
duquesa Olga de Rusia, entregándole un rubí sangre de pichón. Un cuento que el
benjamín del matrimonio, el príncipe Cristóbal, confirmó en su autobiografía,
Memoirs of H.R.H. Princes Christopher of Greece."Mi madre tenía unas joyas
preciosas. Sus rubíes eran famosos, mi padre se había deleitado
coleccionándolos para ella, decía que de todas las piedras, eran las que mejor
le sentaban a su piel blanca". Estos románticos detalles se cree que
sirvieron de materia prima para la concepción del conjunto que nos ocupa y que
Ana María de Dinamarca estrenó en la cena preboda que el Gobierno dio en su
honor y en el de su tortolito en el hotel Grande Bretagne de Atenas.
La reina Ana María de Grecia con el conjunto de rubíes de la reina Olga
de Grecia.
A la reina Olga la Revolución Rusa de 1917 le pilló en San Petersburgo,
donde se había instalado a comienzos de la Gran Guerra (1914-1918) para
establecer un hospital militar cerca de su antiguo hogar, el palacio Pávlovsk.
La diplomacia danesa (el rey Cristián X de Dinamarca era sobrino de su difunto
marido) removió Roma con Santiago para conseguirle el permiso que le permitió
abandonar su país natal montada en un tren. Además, “para su gran alivio, pudo
sacar sus joyas de Rusia gracias a la astuta imaginación de su dama de
compañía, la señorita Baltazzi”. No fue fácil, según detalló el príncipe
Cristóbal en su libro de recuerdos, el método desarrollado por los ladrones
locales para hacerse con las alhajas de las familias adineradas era de lo más
sofisticado. Los cacos aprovechaban las detenciones de los nobles para entrar
en sus palacios “disfrazados de soldados o de sirvientes y se apoderaban de las
joyas, cuyo paradero habían averiguado previamente. Era un procedimiento
arriesgado, pues el castigo era la muerte, pero su organización era tan
estrecha que pasaron desapercibidos durante mucho tiempo. Generalmente
trabajaban en asociación con contrabandistas profesionales, generalmente
polacos o finlandeses, que estaban dispuestos a sacar su botín del país a cambio
de una parte del mismo. Pero al cabo de un tiempo se observaron sus actividades
y se mantuvo una estrecha vigilancia en todas las fronteras”.
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