ALEJANDRO BORENSZTEIN Clarin
Humor
político
Insaurralde
creyó que, con la cantidad de funcionarios kirchneristas que se hicieron
millonarios, nadie se iba a fijar en él.
Ni
bien el capitán del yate “Bandido” alertó sobre el par de tetas que asomaban
por la banda de estribor, Martín Insaurralde debió imaginarse que algo podía
salir mal.
Sin
embargo no la vio venir. Tal vez habrá confiado en la suerte del campeón. Años
levantándola en pala, gastando en viajes, regalos, fiestas y nunca le pasó
nada. Con la cantidad de funcionarios kirchneristas que se hicieron millonarios
mira si me van a venir a enganchar justo a mí, habrá pensado tantas veces antes
de clavarse el Rivotril y dormirse en la infinidad de viajes en business que
hizo en los últimos años. Tal vez el abuso del clonazepam lo relajó de más.
Suele pasar. Te aflojas, soltás las preocupaciones, bajás la guardia y fuiste.
Cancherísimo
y embadurnado con protector solar, el tipo se subió al yate en Marbella, feliz
desconocedor de que su suerte estaba echada, diría Borges. Acá estoy seguro, no
me puede ver nadie, pensó. Grave error. No importa cuánta guita hiciste en la
vida, siempre hay que saber que el mar no es para cualquiera y que subirse a un
barco tiene sus riesgos. En este caso no era un riesgo náutico, pero era un
riesgo al fin.
El
buen navegante sabe que al mar no hay que tenerle miedo sino respeto. Lo mismo
pasa con la ley.
¿Habrá
dudado en algún momento mientras abordaba esa trampa flotante? A juzgar por las
fotos, no parece. Es más, daría la sensación de que estaba en pleno disfrute.
Festejando. Según los medios, venía de poner 20 palos verdes para sacarse un
problema de encima. Lo último que se iba a imaginar era que, en lugar de eso,
se estaba comprando el quilombo más grande de su vida.
Hay
que disfrutar porque los años pasan volando, se dijo a sí mismo mientras los
marineros soltaban amarras y él abría una botella de Veuve Clicquot, su
champagne preferido, el de la etiqueta amarilla, el que tantas veces vio pasar
en la época de Menem y se juramentó que algún día le tocaría a él. Insaurralde,
como todo buen kirchnerista, fronteras adentro es un menemista con escrúpulos.
Pero cuando salen al exterior, dan rienda suelta a ese noventoso que todos
ellos llevan adentro.
Por
eso, cuando la noche anterior pasaron por la joyería, estuvo tentado de comprar
algunos Rolex más. Dicen que regalar un Rolex trae suerte. En realidad, un tipo
que anda regalando Rolex es porque la suerte ya la tenía de antes. Podía haber
comprado uno para cada intendente pero no valía la pena. Ya deben tener. ¿Uno
para Kicillof? No lo va a querer usar porque se cree marxista. ¿Y uno para
Massa? No necesita, le sobran favorecedores dispuestos a recompensarlo. Ni
hablar Cristina. A Ella hay que llevarle un regalo distinto, algo que la ponga
contenta. ¿La cabeza de Alberto? Ya es tarde para eso.
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