Guillermo Kellmer
Si bien hoy la figura de Alberto Fernández está desdibujada, vale la pena recordar cómo llegó a ser Presidente. En 2019, mientras el Gobierno de Mauricio Macri atravesaba como podía la crisis económica, Cristina Kirchner, quien se había declarado como perseguida política, armó una movida que le daba la posibilidad de volver a la Casa Rosada (y finalmente lo logró). Utilizó a su viejo enemigo para sumar los votos que le faltaban, y ella como vice se aseguró los fueros.
En ningún lugar está escrito, pero una de las
condiciones del acuerdo era que Fernández usara su poder de lobby para
alivianar la situación judicial de Cristina. Sin embargo, ahora que está casi
de salida del Gobierno, Alberto ni se habla con su vicepresidenta y su
situación judicial no solo no mejoró, sino que empeoró. Ayer el golpe fue
doble: la Cámara de Casación rechazó los sobreseimientos en las causas de los
hoteles y del Pacto con Irán, y ahora podría afrontar dos juicios orales.
Es difícil saber lo que pasa hoy por la
cabeza de Cristina, pero seguramente difiere mucho de aquel día que decidió
“darle la lapicera” a su ex jefe de Gabinete. Alberto también cambió su
postura. Según contó Santiago Fioriti, pasó de defenderla y atacar a los jueces
que la condenaron, a decir que leyó los expedientes de vuelta y que “más
temprano que tarde, Cristina tendrá que pasar unos años de encierro obligado”.
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