Están apiladas, sueltas, en bolsas y en
cajas. Son revistas antiguas, clásicas, añejas… viejas. Hay de varias épocas y
hoy son una reliquia, no por sus edades, sino porque ya no circulan más y las
que existen en su lugar son poquísimas. Una caja marrón atada con piolín para
contener lo incontenible deja ver una palabra y un número de cuatro cifras:
“Revistas 1983”.
Las guardé en un intento inútil por hacer
orden en épocas de facultad (junto con otras que indicaban otros años) y fueron
sobreviviendo de casa en casa hasta llegar al presente. Simplemente postergué
la idea de ordenar mis cosas. Abrí esa caja y encontré un pequeño tesoro armado
por mí, pero con piezas heredadas, regaladas, compradas en ferias y librerías
de usados o de origen desconocido y sospechoso.
Era esperable: había varios ejemplares de la
mítica revista Hum® (así aparecía el nombre en la cubierta). Era “Humor
Registrado”, una revista quincenal que se publicó desde 1978 hasta 1998 por
Ediciones de la Urraca. La dirigía Andrés Cascioli, quien además solía dibujar
las históricas tapas y que tuvo el talento de convocar a los mejores
historietistas, escritores y periodistas de la época para armar un equipo de
lujo.
A esa revista la compraba siempre Alfredo, el
padre de mi amigo Daniel de la escuela primaria. Yo las vi en una pila muy
prolija en su casa cuando iba a pasar tardes de deberes escolares en cuarto o
quinto grado y juegos de damas o ajedrez, acompañadas de un vaso de leche
chocolatada. Las volví a ver en los quioscos y pedí prestadas algunas cuando ya
estaba en el secundario. Eran material de lectura en una inocente
clandestinidad para entender qué pasaba con la dictadura y cómo era eso de
elegir presidente.
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