La vacuna rusa cruza las líneas geopolíticas e ideológicas y se abre paso como una de las alternativas más demandadas para hacer frente a la pandemia en la región
GEORGINA ZEREGA / ELÍAS CAMHAJI / MARÍA R.
SAHUQUILLO
México / Moscú.- Hasta hace apenas unas
semanas, la vacuna rusa Sputnik V era una posibilidad remota para gran parte de
América Latina. Brasil y Chile apostaban por el fármaco chino de Sinovac. Perú
tenía la mirada en el laboratorio Sinopharma. México se convirtió en uno de los
primeros países en el mundo en cerrar un trato con Pfizer e iniciar su campaña
de vacunación. Argentina era de los pocos que avanzaba en las negociaciones por
la Sputnik V, que según un ensayo publicado este martes en la prestigiosa
revista científica The Lancet, alcanza un 91,6% de eficacia. Una serie de
imprevistos en la carrera por la inmunización lo cambió todo y obligó al resto
de los Gobiernos de la región a buscar alternativas para proteger a su
población en una pandemia que ya ha dejado más de un millón de muertos en todo
el continente. Entonces, Rusia puso en órbita su principal vacuna, con la
esperanza de distribuir más de 300 millones de dosis antes de que termine el
año, un esfuerzo en el que el Gobierno de Alberto Fernández ha tenido un papel
protagónico y que México ve ahora con esperanza tras los resultados de su
eficacia ante el ingente desafío que tiene por delante con su plan de
vacunación.
La irrupción de la Sputnik V (la V es de
vacuna) en el escenario latinoamericano ha estado marcado por la polémica. Tras
acordar el envío de 20 millones de dosis a Argentina, 10 millones a Venezuela y
24 millones a México, afloraron todo tipo de cuestionamientos: desde las dudas
por la falta de información científica publicada en Occidente en el momento que
se cerraron los primeros acuerdos y los dardos políticos para criticar la
gestión de la pandemia, hasta los miedos y delirios que rayan las teorías de la
conspiración. “Recuerden que lleva un chip comunista y castrochavista”,
advirtió un usuario de Twitter. “Es la vacuna barata, por eso la eligió el
Gobierno”, acusó la senadora mexicana Lilly Téllez. “Es una gran estafa”, dijo
la dirigente de la oposición argentina Elisa Carrió, que denunció al presidente
Fernández por posible “envenenamiento” de la población. La propia Embajada rusa
en México publicó en sus redes la semana pasada que era blanco de una campaña
de “desinformación”.
Los resultados preliminares del ensayo
publicado este martes, realizado con 20.000 participantes —de los cuales el 75%
recibió la vacuna y el resto recibió placebo—, muestran que solo 16 enfermaron
de Covid sintomática entre los vacunados (el 0,1%) y 62 entre los no vacunados
(1,3%). La publicación de estas cifras ha dado un nuevo impulso a la
inmunización frente al escepticismo inicial de la comunidad científica
internacional. Con la Sputnik V, Rusia aspira a mantenerse en el primer pelotón
de la carrera científica; un juego reservado para las grandes potencias. Pero
no solo es una cuestión de prestigio. La vacuna “es un buen negocio, con un
componente humanitario claro”, dijo el presidente ruso, Vladímir Putin, en
octubre a un grupo de magnates rusos, a los que animó a invertir en la
producción y sumarse a una oportunidad empresarial que podría suponer 100.000
millones de ingresos en todo el mundo, según aseguró.
El pasado 11 de agosto, en una sincronizada
reunión de ministros por Zoom, pero transmitida en directo por los canales
estatales, Putin anunció la autorización especial para la vacuna contra el
coronavirus diseñada por el Instituto Gamaleya de Moscú. El líder ruso comentó
que la inmunización era “segura” y “bastante eficaz”. Pero sus científicos no
habían publicado para entonces ningún dato de sus ensayos de fase 1 ni fase 2,
que habían suscitado ya ciertas dudas dentro de la comunidad científica por su
velocidad. Y no habían comenzado los de la fase 3, que son los que involucran a
un mayor número de personas. Putin, que aseguró con gesto adusto que la
inyección había pasado por “todos los ensayos necesarios”, lo zanjó con un
golpe de efecto: una de sus hijas se había vacunado ya, dijo. “Se encuentra
bien. Todo va como si no se hubiera hecho nada”, declaró.
Poco después de aquella comparecencia, el
Fondo Ruso de Inversión Directa (RDIF), el fondo de riqueza soberana de Rusia
—que cuenta con un capital reservado de unos 10.000 millones de dólares— que ha
financiado los trabajos de la vacuna y está coordinando los pactos de
exportación, anunció el nombre para el mercado exterior de la inmunización del
Instituto Gamaleya. La inyección, basada en adenovirus del resfriado
modificados, pasó a llamarse Sputnik V, como el satélite que la Unión Soviética
puso en órbita en 1957, durante la Guerra Fría, convirtiéndose en el primer
país del mundo en lograrlo y superando a Estados Unidos en la carrera espacial.
Otro detalle que da idea de la importancia geopolítica para Rusia. El Kremlin
se ha esforzado por tratar de ser el primero. Y ha acelerado lo que hiciese
falta para ello.
Además de a Argentina, México o Bolivia, Rusia ha colocado la vacuna a una docena de países más, entre ellos Bielorrusia, Serbia, Israel o Emiratos Árabes; y tiene preacuerdos con otros más. La Sputnik V ocupa el tercer puesto mundial en dosis ordenadas por países de ingresos medios y bajos, según los datos del Centro de Innovación en Salud Global de la Universidad de Duke, por delante de las que considera sus principales competidoras: la inmunización de Pfizer - BioNTech y la de Moderna. “La pandemia no hizo más que afianzar la distribución de poder en el sistema internacional con bloques como Estados Unidos, Europa, China”, comenta Stephan Sberro, profesor del Instituto Tecnológico Autónomo de México, “aunque la gran sorpresa ha sido Rusia”.