27 de noviembre de 2010

La comunidad cultural dominicana exige.

Por Jimmy Valdez

Hemos de aborrecer la cultura, tiramos sal en los espacios donde florece; la odiamos, de eso no tenemos dudas… Lamentablemente esa es la realidad, estamos gestando el siguiente genocidio, le arrancaremos el cuello a todo el que la proponga. No será difícil, contamos con el padrinazgo presidencial, con los cortes y recortes del congreso, con el instinto bursátil, emprendedor y representativo del abominable hombre del partido, siempre dispuesto a la histórica dificultad que es encontrarle sentido a eso que nosotros hacemos: ensayar la movilidad en la jornada que es la idea. Y no es que el problema sea de un temido origen único, que conste, pues cada vez sacamos buen resultado en lo menos, aunque en lo más, para otros menesteres, parece que todo boga en el mar de la abundancia: a saber la campaña, más gruesa y rencorosa que una historia de cuervos.

La dominicanidad inmigrante, la establecida y en cierne, pobre y bienaventurada dados los privilegios del estar lejos sin dejar de contarnos en lo fijo, está casi acéfala, no le cabe otra patada, otra desaparición de sus instituciones o grupos, de sus negocios quiméricos como lo fue algunas vez vender sueños en la forma de libros y esperar que lo agradezcan con algún tipo de espaldarazo que no sea la traición. En fin, que ya ha desaparecido Calíope, Culturarte, el club Tamboril, y que quizás oigamos sobre otros botes en la ría haciendo agua hasta que los hunda el viento.

Y otra vez volvemos los ojos hacía el Comisionado de Cultura en los Estados Unidos, en sus dificultades más básicas, la estrangulación financiera que significa el no contar con un presupuesto decente que garantice la absoluta ejecución de sus propósitos institucionales, su espacio y personal, pues sabemos que es muy poco lo que allí se recibe, y es muy alto el vuelo emprendido. La comunidad cultural dominicana exige la atención general del gobierno, de los que están y los que han de venir, si vienen, pues a pesar de la buena voluntad y todo el sacrificio que le reconocemos al actual incubente comisionado, no es verdad que saldremos a parte.

Nuestro conjunto de intelectuales y personas afín cree en la autogestión, en el trabajo productivo del voluntariado y en la lucha sistemática hasta lograr los cambios que regeneran el porvenir. Queremos nuevas y fuertes instituciones gestoras y de promoción de todo lo que englobe el bien universal de la cultura. Somos una nación hastiada con la apatía generalizada que controla el poder, que impone límites y que además nos obliga al desaliento que es mirar cómo dejamos de ser, en lo lejos y en lo cerca, señal que vibra.

Ojalá lo mejor nos acontezca.

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