Julia Angélica
Maríñez
Querida abuela, así
empezaría una carta al recordarte y me traslado entonces a mis remembranzas y a
lo lejos te recuerdo en el bohío que fungía de cocina en nuestra querida Paya,
Baní, República Dominicana, levantando una paila de dulce caliente sin siquiera
pensar que te ibas a quemar. Veo entre nebulosas tus manchas, tus cayos, tus
arrugas, tus pasos firmes y victoriosos en todo lo que hacías para levantar a
tu familia. Mujer de extremidades inferiores cortas, provista de una inteligencia divina a la hora
de crear dulces de todos los sabores, era insuperable, ya fuera de coco,
batata, cajuil, arroz con leche, jaleas, conservas de naranjas, piña con lechosa,
cereza, ajonjolí, guineo, helados, jugos, en fin, nunca fue a la escuela, pero
era "famosa" y con un carácter tan fuerte que espantaba hasta los
malos espíritus, engreída y terca como a una mula, pues tenía noventa y tantos
años y aun así lavaba, planchaba, fregaba, recogía los huevos de los nidos de
las gallinas, barría, recogía, observaba y mandaba con firmeza según sus
convicciones. Yo vivía con ella y veía cómo la gente le temía, porque cuando de
defender en lo creía se trataba y cuando se proponía una meta, nada ni nadie se
lo podía impedir, porque no conocía un "no" por respuesta...
Observadora al fin,
empecé a valorar todas sus cualidades positivas y a compararla con las demás
abuelitas para darme cuenta de que estaba frente a un tronco de mujer, quien
desde joven cargaba el agua en su cuadril desde la regola hasta su casa para
lavar por paga y subir a su familia mientras su esposo estaba en las lomas
sembrando café y tal vez ahí adquirió el don de mando y la vida dura la
convirtió en un roble de mujer con luz propia para hacernos brillar aún en la
adversidad.
En este mes estamos celebrando
el Día Internacional de la Mujer y yo rindo tributo a mi ABUELA y visualizo en
ella a todas las grandes mujeres de nuestra historia, pues pensando en mis
adentros atraigo su perfume y vislumbro su carmín en los recónditos baúles de
mi memoria como una de las grandes mujeres heroínas sin nombre que a diario nos
encontramos en nuestro diario vivir. Mujeres que se olvidan de sí mismas para
cosechar el bien común, trazándose como metas la persecución de lograr hacer
feliz a su marido, a sus hijos, a sus vecinos, a sus amigos y a veces, muchas
veces, se olvidan de ellas mismas, de lo que valen, de su esencia y hacen leñas
de su estirpe y su linaje para ver reflejado en los ojos de los demás la
sonrisa de la felicidad en los demás.
Las mujeres somos
como dinamita, pues cuando queremos algo no hay nada ni nadie que nos detenga
hasta llegar a conseguirlo, adornamos con nuestro aroma natural a nuestra
pareja, engalanamos todo lo que tocamos, hacemos babear a más de mil hombres
pero única y exclusivamente le entregamos nuestro corazón a aquel que aun
estando en la lejanía o quizás demasiado cerca se lo gana con sus atenciones
hacia nosotras. Somos incansables y aquél que descubriera el combustible que
nos motoriza se haría millonario ante tal hallazgo, pues cuando parece que
vamos a desfallecer es entonces cuando empezamos a sacar fuerzas para seguir
Adelante, pese a que lo que las apariencias digan, sorprendiendo a todos
aquellos que nos dan la oportunidad de hacer la diferencia en nuestros trabajos
fuera de la casa, en nuestro propio hogar y en cualquier lugar de nuestra
sociedad, llegando a poder desempeñar los puestos más encumbrados o simple y
sencillamente, realizando nuestra labor de amor hacia la humanidad como la
Madre Teresa de Calcuta o como la más humilde ama de casa, que es en verdad la
gerente general de todos los hogares.
Por esta y por muchas
razones más, felicito hoy y todos los días a todas las del mundo y decreto que
todos los días de nuestra vida serán más hermosos que los anteriores porque nos
damos nuestro justo valor, porque nuestro amor hacia la humanidad es como un
manantial de fe y esperanzas inagotables y hacemos brillar con nuestra entrega
a todos los que están a nuestro alrededor porque simplemente somos: mujeres.
Con amor,
Julia Angélica