Por Lincoln López
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Pedro Henriquez Ureña |
El concepto de utopía (con tilde o sin ella) se le atribuye al filósofo y escritor inglés Tomás Moro cuando tituló una obra suya con ese nombre alrededor del 1516. En un sentido lato se refiere a una idea perfecta, y por tanto, en un primer momento, parecer ser “imposible de concretar o cumplir”.
Así pues, muchos ideales concebidos por pensadores y creadores fueron considerados en su momento como utópicas, pero sus ideas recogidas en libros son como una supernova, brillan después de desaparecido físicamente el autor de ellas, y, sin duda, han enriquecido el pensamiento de la humanidad.
¿Cuánto tiempo hace que desaparecieron físicamente estrellas como Sócrates, Kant, Hume, Martí, Gibrán, Paz, Einstein, Salomé Ureña, Shakespeare…y sus reflexiones en forma de poesía, ensayo, teatro, filosofía, cuento…siguen iluminando a la humanidad?
Para la presente entrega seleccioné un fragmento del texto “La Utopía de América” del meritísimo pensador dominicano Pedro Henríquez Ureña, porque el momento en que vivimos se precisa de orientación, y hoy, su contenido conserva toda su vigencia y nos arroja la luz que necesita una sociedad desorientada. Dice así:
“Nuestra América debe fundar su fe en su destino, en el porvenir de la civilización. Para mantenerlo no me fundo, desde luego, en el desarrollo presente o futuro de las riquezas materiales…
“Me fundo sólo en el hecho de que, en cada una de nuestras crisis de civilización, es el espíritu quien nos ha salvado, luchando contra los elementos en apariencia más poderosos; el espíritu solo, y no la fuerza militar o el poder económico. En uno de sus momentos de mayor decepción, dijo Bolívar que si fuera posible para los pueblos volver al caos, los de América latina volverían a él. El temor no era vano: los investigadores de la historia nos dicen que el Africa central pasó, y en tiempos no muy remotos, de la vida social organizada, de la civilización creadora, a la disolución en que hoy la conocemos y en que ha sido presa fácil de la codicia ajena…
“Por eso hombres magistrales como Sarmiento, como Alberdi, como Bello, como Hostos, son verdaderos creadores o salvadores de pueblos, a veces más que los libertadores de la independencia. Hombres así, obligados a crear sus instrumentos de trabajo, en lugares donde a veces la actividad económica estaba reducida al mínimum de la vida patriarcal, son los verdaderos representativos de nuestro espíritu. Tenemos la costumbre de exigir, hasta al escritor de gabinete, la aptitud magistral: porque la tuvo, fue representativo José Enrique Rodó. Y así se explica que la juventud de hoy, exigente como toda juventud, se ensañe contra aquellos hombres de inteligencia poco amigos de terciar en los problemas que a ella le interesan y en cuya solución pide ayuda de los maestros.
“No nos deslumbre el poder ajeno: el poder es siempre efímero. Ensanchemos el campo espiritual: demos el alfabeto a todos los hombres; demos a cada uno de los instrumentos mejores para trabajar en bien de todos, esforcémonos por acercarnos a la justicia social y a la libertad verdadera; avancemos, en fin, hacia nuestra utopía”. (…)
Todavía estamos a tiempo.