Desde que el maestro Carlos Piantini se estrenó en el cargo de Director del Teatro Nacional, ser músico o cantante lírico ha sido uno de los principales rasgos de los directores de ese centro cultural, tradición con algunas excepciones.
El puesto de Secretario de Cultura fue estrenado por un escritor y político, Tony Raful, por lo que José Rafael Lantigua, también escritor, vino como anillo al dedo en la sucesión de ese cargo, según la imberbe tradición.
Cuando Víctor Víctor fue nombrado Presidente del Consejo Presidencial de Cultura hubo quejas en los sectores intelectuales, puesto que esa alta distinción no se le suponía a un músico popular, razonamiento que resurgió en el actual momento.
Nadie se imagina a un titiritero dirigiendo el Teatro Nacional ni a un pintor en la función de Ministro de Cultura.
Existe incluso cierto estigma social, puesto que para altos cargos en el área cultural se presuponen como elegibles personas que provengan de las capas medias y altas de la sociedad, jamás se visualiza en eso a una persona que aunque tenga luces intelectuales o artísticas, pertenezca a clases sociales económicamente bajas.
El Faro a Colón nunca se presupone ser dirigido por una poetisa.
Todos estos son mitos que va asumiendo la tradición, pero que nada tienen que ver con la razón y lógica del perfil para una función pública.
Ser poeta, pintor, músico, dramaturgo, artesano, pobre, rico, filósofo, folclorista, antropólogo, cocinero o titiritero, no te da ni te quita condición especial para dirigir un ministerio de cultura.
El perfil de un funcionario en el área de la cultura atiende a la naturaleza del cargo.
Liderazgo, conocimiento amplio del sector cultural, vocación de servicio, capacidad de diálogo, experiencia en gerencia de procesos, visión de país y formación en por lo menos una disciplina del espectro cultural, son algunas de las características fundamentales que a mi modo de ver debe tener una persona para ocupar una función de alto nivel en la gestión de cultura, sin importar la disciplina específica que marca su historia.
La realidad va más allá de la miopía y la mala leche.
El juicio apriorístico que se fundamenta en el mito, huele a sesgo.
Rompamos pues con los viejos mitos y asumamos paradigmas que apunten a la búsqueda de resultados tangibles y medibles que supongan mejoría y avance del sector cultural en el marco de un desarrollo integral y progresivo de nuestra sociedad.
Todos estos son mitos que va asumiendo la tradición, pero que nada tienen que ver con la razón y lógica del perfil para una función pública.
Ser poeta, pintor, músico, dramaturgo, artesano, pobre, rico, filósofo, folclorista, antropólogo, cocinero o titiritero, no te da ni te quita condición especial para dirigir un ministerio de cultura.
El perfil de un funcionario en el área de la cultura atiende a la naturaleza del cargo.
Liderazgo, conocimiento amplio del sector cultural, vocación de servicio, capacidad de diálogo, experiencia en gerencia de procesos, visión de país y formación en por lo menos una disciplina del espectro cultural, son algunas de las características fundamentales que a mi modo de ver debe tener una persona para ocupar una función de alto nivel en la gestión de cultura, sin importar la disciplina específica que marca su historia.
La realidad va más allá de la miopía y la mala leche.
El juicio apriorístico que se fundamenta en el mito, huele a sesgo.
Rompamos pues con los viejos mitos y asumamos paradigmas que apunten a la búsqueda de resultados tangibles y medibles que supongan mejoría y avance del sector cultural en el marco de un desarrollo integral y progresivo de nuestra sociedad.
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