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15 de febrero de 2013

Protocolo para tratar a un ex papa


Rafael Peralta Romero

Después del  día 28, cuando llegue al monasterio Mater Ecclesiae, donde se alojará, en las cercanías del Vaticano,  monseñor Joseph Ratzinger, hasta  entonces llamado Benedicto XVI, sonreirá a las monjas que un tanto nerviosas le dirán: “Adelante, Su Santidad, para mostrarle su habitación”.  Muy  solícitas, le explicarán   cómo llamar ante cualquier necesidad.

Preguntarán a qué hora  Su Santidad prefiere el desayuno y si Su Santidad  gusta de té o café. El papa emérito les sonreirá de nuevo y les dirá, dulcemente -o tristemente-: “Hermanas, pueden llamarme monseñor Ratzinger”. Las religiosas se retirarán levemente confundidas. Se  mirarán y harán como dijeran: “Es así”.  
  
Ratzinger se dejará caer en una  regia  butaca y recogerá los ruedos de la  sotana que estrenará ese día. Vestirá sotana negra  adornada con ribetes y  botones  rojos, como la faja. No llevará las zapatillas púrpuras que usó  durante ocho años, sino zapatos convencionales. Para púrpura, el solideo, que ya no lo usará blanco.

 Habrá entregado el Anillo del Pescador que recibió el día de su asunción al  papado. Esta prenda  es  propia del obispo de Roma y  simboliza el poder pontificio. Le fue  colocado a Benedicto XVI por el cardenal Camarlengo una vez que fue elegido Papa. Es de oro y tiene una imagen de San Pedro pescando en un bote.

 Tal vez Ratzinger  se coloque  su anillo cardenalicio, señal de  compromiso con la iglesia universal, pero localizar el capelo que le impusiera  Pablo VI, cuando lo designó  cardenal, quizá no le importe tanto. Él no presidirá ninguna de las comisiones pontificias ni votará para elegir al próximo Santo Padre ni a ningún  otro.

Ratzinger ha renunciado –cosa  no vista en seis siglos- a la jefatura del Estado Vaticano, a la máxima autoridad de la iglesia Católica  y al obispado de Roma. Conserva  la dignidad episcopal. Obispo es el más alto grado del  orden sacerdotal, todo lo otro es accesorio.  Federico Lombardi, vocero del Vaticano,  dijo que el papa dimitente será “un obispo más”.

No existe un   protocolo para  tratar al  papa en retiro, aunque los cánones católicos prevean el  derecho del Pontífice a la dimisión. Todo está claramente escrito respecto de obispos y cardenales. Pero no para el papa emérito.  ¿Usará Ratzinger la palabra Cardenal entre su nombre y su apellido? ¿Se le llamará Su Eminencia Reverendísima?

No será obispo suburbicario de Roma ni participará de  consistorio alguno. Luce que el ex arzobispo de Múnich se dedicará a orar, escribir y descansar. Cada mañana oficiará la misa  en la capilla del monasterio,   y las monjitas se sentirán más cerca del Señor. Algún periodista querrá entrevistarlo, pero Ratzinger responderá que está hablando con Dios.

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