Michael Jordan. Le decía a su mamá que quería ser más alto y ella le dijo:
“Tienes que poner sal en tus zapatos y rezar”, mientras que su padre le dijo en
una oportunidad: “Puedes ser tan alto como deseas en tu pensamiento”.
Michael Jordan perdía siempre contra su hermano Larry en el patio de su casa.
No había partido ni enfrentamiento uno contra uno que el pequeño Mike abandonase
con una sonrisa en su rostro. En aquellos años, el básquetbol estaba vinculado a
la frustración.
La derrota era un condimento adicional en su rutina, un elemento que se
introducía con suma naturalidad en sus venas.
“Gané la mayoría de los enfrentamientos hasta que comenzó a responder”, dijo
Larry. “Y entonces, fue el final de nuestros juegos”.
El pequeño MJ sufría en cada una de las derrotas, pero le apasionaba el
desafío. Era como si cada una de las punzadas recibidas fortaleciera el espíritu
en vez de destrozarlo. Era la tortuga y no la liebre: aceptaba lo que tenía
delante y lo respetaba para luego, casi como una consecuencia, enfrentarlo hasta
superarlo.
“Si llegaba a perder, debía jugar hasta ganar. Esa es la razón por la que, de
manera más frecuente, todo terminaba en una pelea”, agregó Larry. Ingresó en
D.C. Virgo Junior High School en la primavera de 1978. En aquel entonces,
Michael Jordan era el quarterback del equipo de fútbol americano en Pop Warner,
y su llegada definitiva al básquetbol fue producto de una casualidad. (Noticia Libre)
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