La protagonista de nuestra
portada de junio dedicada a la ecología quiere salvar los océanos y cambiar el
mundo. Y no necesariamente por ese orden.
POR PALOMA SIMÓN - revistavanityfair.es
FRANCESCA THYSSEN-BORNEMISZA |
Francesca Thyssen-Bornemisza
(Lausana, 1958) creció entre obras maestras. El Joven caballero en un paisaje,
de Vittore Carpaccio, con el que comparte color de pelo y belleza renacentista;
el Cristo resucitado, de Bramantino, que le daba miedo de niña “porque sus ojos
te miran desde cualquier perspectiva”; o la Santa Catalina de Alejandría, de
Caravaggio, cuya historia conoce al dedillo.
“La modelo era una conocida
prostituta que enfrentó a Caravaggio con un tal Ranuccio Tomassoni, a quien el
pintor mató en una reyerta en la que casi pierde la vida”, relata enfundada en
un caftán de gasa de color rojo que le da un aspecto majestuoso y espectral.
Todos colgaban de las paredes de Villa Favorita, en Lugano, el palacio familiar
a orillas del lago Ceresio.
Sin embargo, y aunque es hoy una
de las coleccionistas más importantes del mundo, su vocación es otra: “Los
océanos son la pasión de mi vida. De verdad”, nos cuenta en exclusiva en
nuestro número de junio.
Como sucede con el arte, esta
pasión también arranca en su juventud. En concreto, en sus frecuentes viajes a
Jamaica, donde su padre, el barón Hans-Heirinch Thyssen Bornemisza, poseía una
de sus residencias.
“De niña, mi madre -la modelo
Fiona Campbell-Walter- abría un erizo de mar para dar de comer con sus manos a
los peces de colores, que se arremolinaban a nuestro alrededor como mariposas,
sin miedo”.
Sus tres hijos —Eleanore, que va
a empezar a trabajar en Madrid para la TBA21, la fundación de arte
contemporáneo de su madre; Ferdinand, piloto de Fórmula 3; y Gloria—
aprendieron allí a nadar, como ella.
“De repente, dejó de apetecerles
practicar snorkel conmigo. Fue devastador, pero ¿cómo culparlos? La pesca había
arrasado los arrecifes. Fue mi punto de inflexión”.
Francesca Thyssen Bornemisza practicando snorkel en Nueva Guinea. |
Así, la mecenas pasó a la
acción. “Si eres testigo de la aniquilación de varias especies, de cambios tan
radicales en el ecosistema, no puedes ignorarlo. En los últimos tres años he
desarrollado allí un proyecto con Markus Reyman, director de la TBA21-Academy
—“el alma exploradora” de TBA21— y la Universidad de las Indias Occidentales:
la Alligator Head Foundation.
Hemos creado un área de
conservación de seis kilómetros en la zona costera más bonita de Jamaica, el
Santuario de Peces de East Portland, que ahora es patrimonio estatal y ha sido
designado como Hope Spot por la oceanógrafa Sylvia Earle. La biomasa ha
aumentado un 200%. Es increíble cómo se recuperan los océanos si se les da la
oportunidad”.
Además de la Alligator Head
Foundation, Thyssen Bornemisza ha enterrado un tesoro virtual —en realidad,
obras donadas por 41 artistas, entre ellos Marina Abramović o el grupo de
electroclash Chicks on Speed— en la isla costarricense del Coco para proteger a
los tiburones.
También ha animado a numerosos
artistas a estudiar el océano e integrarlo en su obra a través de un programa
de residencias. “El arte es un lenguaje muy poderoso. Puede contribuir a
imaginar un mundo mejor, a transformar la manera de pensar de la gente sin
tratar de polarizarla, como hacen los medios de comunicación, además de
desarrollar otras cuestiones.
El arte puede atravesar
diferentes ámbitos del conocimiento y liderar cambios”, subraya. Para ello
estableció hace ocho años la TBA21-Academy, una organización de naturaleza
colaborativa y “completamente orientada a la investigación oceánica, a
denunciar la explotación de los recursos marinos por culpa de la pesca, la
polución o las agresiones acústicas que afectan a las especies marinas. De las
que, por cierto, queda un 80% por descubrir”.
Francesca Thyssen Bornemisza con
nativos del Pacífico. Ambos sostienen dos de las 300 linternas diseñadas por
Olafur Eliasson que repartió durante una de sus expediciones con la
TBA21-Academy.