Nos dejó a los 100 años. En sueños siempre me dice lo mismo: 'Tienes que ser una persona decente”
Brunello habla con todo el mundo, hasta con los muertos. “La última vez fui a buscar a un hombre al cementerio. Lo habían enterrado en 1976. Tenía que decirle algo y se lo expliqué con todo detalle”, cuenta. Con quienes están a su lado, con quienes ya no están y con muchos otros, Brunello Cucinelli dialoga en Brunello, Il visionario garbato, una película filmada por Giuseppe Tornatore durante dos años, que se estrena en Italia el 9 de diciembre. Se trata de un experimento original y poético que fusiona reconstrucciones históricas del cine de autor y testimonios de los documentales. Todo empieza en la casa de campo donde nació y termina con el milagro de la marca homónima, una marca de excelencia italiana que sigue creciendo a pesar de la crisis del sector. Nos reunimos con el empresario para una larga charla después de ver el preestreno del largometraje.
Empecemos por el cementerio. ¿Me está
diciendo que va a los cementerios a hablar con los muertos?
Eso es. La última vez fue cuando
compré la granja donde nací y crecí. En la escritura de compraventa descubrí
que la propiedad tenía 108 hectáreas de bosque. Fue una sorpresa, porque cuando
vivíamos allí como aparceros, el propietario nos prohibía recoger leña para
calentarnos. Teníamos que hacerlo a escondidas. ¿Se imagina el frío que hace en
invierno? Entonces, cuando la compré, pregunté dónde estaba enterrado el
propietario y fui a visitarlo. Delante de la tumba le dije: "Mira,
estuvimos bien en tu casa, pero no nos dejaste calentarnos. Y no entiendo por
qué. Espero que Dios te proteja allá donde te haya puesto, pero tengo que
decirte una cosa: no fuiste bueno con nosotros”.
Se dicen y se escriben muchas cosas
sobre usted. Pero si solo pudiera decir una frase, ¿cómo se presentaría?
Me presentaría así: “Soy Brunello. El
sueño de mi vida siempre ha sido el mismo: trabajar y vivir por la dignidad
moral y económica del hombre. Todo lo que le hicieron a mi padre, las
dificultades de la vida que hemos atravesado, me han hecho emocionarme. Ver a
mi padre humillado, ver que no lo decía con la voz sino con la mirada, me mató.
Jamás lo he olvidado”.
Hábleme de su padre.
Soñé con él justo la otra noche. Hasta
en los sueños siempre me dice lo mismo: “Brunello, tienes que ser una persona
decente, tienes que ser un caballero”. No le humillaba la vida de campesino en
el campo, sino la de la fábrica en la ciudad. Nos dejó a los cien años. Lo
recuerdo en sus últimas semanas diciéndoles a sus nietos: “Estoy tranquilo,
estoy bien, pero tengo un pequeño problema: mi pito ya no va...”. Ellos se
echaron a reír, mientras yo pensaba: “Que le dé un infarto”. Después de siete
días le dije a mi mujer: “Dentro de poco papá ya no estará con nosotros”. El
jueves me dijo: “Ya basta, se acabó”. El viernes me quedé con él todo el día y,
a las seis de la tarde, se fue. Cerró los ojos y pensé: “Su cuerpo sigue
caliente”. Me quedé con él hasta el sábado por la mañana. Le estuve hablando
toda la noche: “Papá”, le preguntaba, “¿dónde estás? ¿Puedes ver al
excelentísimo y óptimo gobernador del que habla San Agustín?”. Ese día le
escribí una carta, que termina así: "Querido papá: con mi nacimiento
experimentaste el amor por la vida; yo, con tu muerte, experimenté el amor por
la muerte. San Francisco es el único que utiliza la expresión ‘hermana muerte’.
No lo hace Buda, no lo hace Jesús. Lo entiendo bien, San Francisco".

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