Ni un paso atrás en la democracia que se ha logrado.
Wendy Santana
Algo muy peculiar ocurrió en la Octogésima Asamblea Ordinaria de la
Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) celebrada esta vez en Córdoba,
Argentina, en un fresco pero sofocante mes de octubre político, económico y
social en esta demarcación.
Muchos argentinos se sorprendieron de que ejecutivos de medios de
comunicación de América Latina se reunieran en este país sumergido a serias
reformas que hacen al pueblo sentirse ahogado y a los inversionistas locales
extremadamente vigilados.
Pero mayor sorpresa se llevaron los asambleístas al confirmarse la
ausencia del gobernante en la firma de la Declaración de Salta, que establece
los principios elementales de la libertad de prensa y que compromete a las
autoridades a respetarlos.
El asombro se relaciona con la línea libertaria del presidente de
Argentina, Javier Milei, cuyo partido denominado “La Libertad Avanza”, confirma
su ideología cuando se ve representado en una figura siempre sonriente,
populista y derechista a la vez.
Otro gran picón de avispa fue ver en el escenario al presidente de
Paraguay, Santiago Peña Palacios, de 45 años, muy serio, ocupando el lugar de
Milei ante los periodistas ávidos de acompañamiento en su lucha por la
“libertad de prensa”.
Este mandatario nunca sonrió, pero con su convincente discurso dejó a
los participantes de la 80ava Asamblea de la SIP con una gran sensación de
respaldo y lección de que “cuando una puerta pequeña se cierra, otra más grande
puede abrirse”.
Por suerte, el alcalde de la ciudad de Córdoba, Martín Llaryora, firmó
el pacto por el libre ejercicio del periodismo y la libertad de expresión bajo
criterios profesionales y éticos en medios reconocidos y transparentes.
El funcionario salvó la campana al gobierno de Milei. No obstante, los
medios de comunicación representados unieron sus voces para endurecer los
reclamos por la libertad de prensa, el cese de gobiernos autoritarios y el
cumplimiento de las leyes garantistas.
El paralelismo
Esta asamblea, presidida por Roberto Rock, el mexicano que cada año le
cuesta anunciar que su país es el lugar donde más crímenes se cometen contra
periodistas, le entregó una antorcha más enfurecida que nunca a su sucesor,
José Roberto Dutriz.
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