Se acabó. El primer ministro británico Boris Johnson acepta al fin que
ha de dimitir, al menos como líder del partido, incapaz de contener por más
tiempo la rebelión de los conservadores –acompañada de una cascada de
dimisiones de ministros y secretarios de Estado que ha dejado al Gobierno
incapacitado– contra el que todavía era su líder. Incluso defenestrando a uno
de sus mayores aliados y referente del partido, el ministro Michael Gove,
destituido tras presionarle anoche para que dimitiese. A Johnson casi no le
quedaban apoyos: hasta la ministra de Interior, Priti Patel, gran apoyo del
primer ministro, le dejó claro en persona anoche que no podía continuar.
Johnson, que se ha aferrado al cargo hasta el último minuto, ha terminado
aceptando su marcha como ha hecho todo en su poco convencional mandato, desde
2019 hasta hoy: a su manera. El todavía primer ministro ha presumido en su
breve discurso que la “increíble mayoría” con la que fue elegido es la que le
animó a continuar, pero que “el rebaño” le ha apartado finalmente.
Johnson ha presumido de los logros de sus tres años en el poder y las
promesas que le quedaba por cumplir, incluyendo “el liderazgo occidental contra
Putin”. “He intentado persuadir a mis colegas que sería excéntrico cambiar
ahora de Gobierno”, reconoció, pero en vano. Ahora quiere gobernar el cambio y
los tiempos de liderazgo, pero los últimos dimitidos, como el ya ex ministro de
Ciencia, Thomas Freeman, no aceptan el movimiento, y piden que Johnson se
disculpe ante la reina, nombre a un primer ministro provisional, y entregue
inmediatamente el poder. Algo que no está en los planes de Johnson, pero puede
que sí en los de los conservadores rebeldes.
El escándalo sexual protagonizado por Christopher Pincher, número dos
del grupo parlamentario, se convirtió en la crisis definitiva de Johnson, que
aspiraba a dejar atrás otros escándalos como las fiestas en su residencia
durante las restricciones por la pandemia. La dimisión de Pincher –señalado
desde hacía meses por sus abusos sexuales– hecha pública a finales de la semana
pasada no sirvió para relajar la presión sobre Johnson, acusado a su vez
denunciaban por haber mentido, encubierto y nombrado a Pincher, desdeñando las
acusaciones contra él.
El de Pincher no ha sido el primer escándalo sexual de los conservadores
esta temporada –casi uno de cada 10 está bajo investigación actualmente–, pero
el hecho de que algunas informaciones apuntasen a que el primer ministro era
consciente desde al menos 2020 de que su protegido no era una opción limpia
desató la rebelión final contra Johnson. El primer ministro había sobrevivido
hacía pocas semanas a una moción de confianza de su propio partido en su contra
–con el 41% de los diputados conservadores a favor de que se fuese–, pero en
esta ocasión se sumaron bastantes más a los que no querían la continuidad del
primer ministro.