La gimnasta estadounidense abraza un nuevo gran capítulo, después de Tokio, superar diversas dificultades y encontrar el amor verdadero con Jonathan Owens.
POR LEAH FAYE
COOPER FOTOGRAFÍA DE ADRIENNE RAQUEL TRADUCIDO Y ADAPTADO POR DARÍO GAEL BLANCO Vanity Fair
Es jueves por
la noche en The Woodlands, un elegante suburbio de Houston, Texas, y la mejor
gimnasta de todos los tiempos y yo estamos cenando en Sixty Vines, un
restaurante conocido por su cocina de temporada y su oferta de 60 vinos de
barril. Biles eligió el restaurante: es uno de sus favoritos y es clienta
asidua. Pero a medida que se suceden los platos cortesía de la casa —lubina a
la brasa, solomillo y, más adelante, una jugosa tarta de toffee y una tarta de
queso vasco traída por el chef en persona, Mikail Sayeed— pone de relieve que
esto “nunca había pasado”. Según Biles, debe querer impresionarme a mí, una
escritora irreconocible, y no a ella, atleta olímpica en dos ocasiones en
posesión de 37 medallas olímpicas y de campeonatos del mundo, más que nadie en
la historia. “Me da que no es por mí, pero haremos como si fuese el caso”,
respondo, tras enumerar un mínimo de tres personas mirando, con toda seguridad,
hacia ella.
Lucir su
sentido del humor como si fuese uno de sus leotardos es, presumiblemente, una
de las maneras en que ha conseguido sobrellevar una vida y carrera marcada por
los subidones de récord y los bajones atroces. Tras un parón de dos años
después de los Juegos Olímpicos de Tokio, Biles volvió a la competición el
pasado mes de agosto en el campeonato nacional de gimnasia celebrado en San
José, California. Allí, la atleta de 26 años se hizo con su octavo título
nacional, convirtiéndose en la deportista más longeva en lograr la victoria y
batir el récord estadounidense de siete campeonatos del difunto Alfred Jochim,
que llevaba inamovible desde 1933. En otoño, en el Campeonato Mundial de
Gimnasia Artística de 2023, celebrado en la ciudad belga de Amberes, Biles se
convirtió en la gimnasta más condecorada de la historia tras conseguir el oro
en el concurso completo individual (su sexto título, acumulando más que ninguna
otra mujer), en barra, suelo y plata en salto de potro. También se convirtió en
la atleta estadounidense más longeva en obtener dichas medallas. “Sentí que
volvía a estar en mi elemento y fue emocionante, pero estaba aterrorizada.
Tenía el entrenamiento con el que respaldarlo porque habíamos trabajado muy
duro, pero estaba muerta de miedo. No estaba tan cómoda ni confiada como habría
querido”, reconoce. Más allá del impacto de sus nervios, desde luego no
impidieron que se marcase un Yurchenko doble carpado, el primero ejecutado por
una mujer en una competición internacional. El movimiento, que consiste en una
rondada para entrar de espaldas sobre el potro y después ejecutar un doble
mortal con las piernas extendidas, ha pasado a ser conocido desde entonces como
el Biles II, con lo que el fenómeno de 1,42 de estatura ya acumula cinco
acrobacias con su nombre.
“Fue bastante
sorprendente. Solo permitirme a mí misma el riesgo de ser vulnerable frente a
una multitud al volver a competir ya fue una victoria para mí”, admite con
genuina modestia.
Amberes
también supuso una refrescante mezcla de nostalgia y normalidad. Biles compitió
por primera vez en el Campeonato del Mundo precisamente allí hace 10 años, pero
no pudo explorar la ciudad como en esta ocasión. Acudió a una cafetería para
disfrutar de un auténtico gofre belga, “lo cual fue una pasada”, según ella, y
exploró la arquitectura y las tiendas del casco antiguo de Amberes. Al igual
que muchos de los sitios que ha visitado debido a su carrera, Amberes está,
tanto literal como metafóricamente, a unos cuantos mundos de distancia de sus
orígenes.
Nació en
Columbus, Ohio, hija de una madre biológica que luchaba por cuidar a sus hijos
al tiempo que lidiaba con la adicción, motivo por el cual Biles pasó sus
primeros años de vida entrando y saliendo de hogares temporales de acogida. A
los cinco años, Biles y Adria, su hermana menor, fueron adoptadas legalmente
por su abuelo materno, Ron, y su mujer, Nellie, a quienes considera sus padres.
Ellos las criaron junto a sus dos hijos en Spring, Texas, el barrio de Houston
que la gimnasta sigue considerando su hogar. Sus dos hermanos mayores, Ashley y
Tevin, fueron adoptados por Harriet, la hermana de Ron. A los seis años, Ron y
Nellie la apuntaron a clases de gimnasia.
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